GARCÍA MÁRQUEZ Y NOSOTROS
(Este artículo se ha publicado en El Norte de Castilla).
Hoy 17 de abril hace un año que murió Gabriel García Márquez. Y mucha gente pregunta por él, por el hueco que haya podido dejar, quizá porque la RAE sólo ha hecho (que recuerde de golpe) ediciones poco menos que para todo el idioma –tan vasto ya- de “El Quijote” y de “Cien años de soledad.” Unos rememoran (aunque no los vivieran) aquellos años en que Gabo y otros escritores del llamado “boom” latinoamericano vivieron en una Barcelona, mucho más abierta que la actual. Aunque a muchos novelistas españoles de aquella época no les gustaba reconocerlo, o tardaron un poco en recobrarse del choc, lo cierto es que aquellos
novelistas y muchas de aquellas novelas, desde “Rayuela” de Cortázar a “Paradiso” de Lezama Lima, pasando por “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa o la propia “Cien años de soledad”, con ancestros que ellos evocaron (Borges, Onetti, Rulfo, Mujica Láinez) pusieron la novela en nuestro idioma en el primer plano del escaparate y la calidad narrativa mundiales. Luego llegaron otros, algo menores, que quisieron apuntarse a ese carro ganador, pero todos los que he mencionado ( y alguno más) eran, son, espléndidos.
De ahí que se eche de menos a García Márquez. Echamos de menos un fulgor, una altura que todavía no se han repetido, aunque no nos falten novelistas notables. Premio Nobel también y últimamente dedicado al teatro, ahí sigue Mario Vargas, que es un primera fila, pero que no tuvo la suerte inicial de Gabo. ¿Cuál fue esa suerte? Pues que muy desde el principio García Márquez fue el icono, la imagen pública de aquel “boom” señero. Y además le dieron el premio Nobel muy pronto (1982) y lo recogió con su traje tropical, aquel “liqui-liqui”. Gabo fue el prototipo del escritor latinoamericano internacional de garra y calidad narrativas, que representaba los problemas y esplendores de nuestra América, pero también la enormidad y alto nivel de nuestro idioma y su literatura. Esto lo tuvo García Márquez antes que nadie y de ahí que se recuerde su notoriedad y se lo eche de menos. García Márquez se marchó de su Colombia nativa (no volvió mucho) y vivió y murió en México. Claro que se había hecho amigo de Fidel Castro –un dictador evidentemente- y ese tener las puertas abiertas de Cuba, lo enemistó con mucha gente, también con viejos “compis” como Mario Vargas. Creo que el castrismo “light” de García Márquez hoy no interesa, como tampoco el anterior de Cortázar, fuero ritos de paso que hubieron de pagar para sentirse unidos a esa América Latina de tantas injusticias y que soñaban redimir, como tantos. Interesa la literatura de García Márquez y su más vivaz periodismo, la política a la postre (errónea o no) se desvanece en él como en tantos escritores. Castro es un viejo cansado, García Márquez un inmortal por sus libros y no por sus estancias oficialescas
en La Habana. Echamos de menos la prosa cautivadora de Gabo y el icono del “boom” que marcó época y calidad de escritura. Conmemorándolo a él, celebramos la grandeza y amplitud de nuestro idioma.
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