FRASES Y PESIMISMO DE MARK TWAIN
Cuando yo era adolescente, el escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910) era conocido por bastante gente como escritor para jóvenes, por dos de sus novelas más conocidas de base autobiográfica -su vida joven a orillas del Misisipi- “Las aventuras de Tom Sawyer” (1876), de talante, sí, más juvenil y lúdico, y “Las aventuras de Huckleberry Finn” (1884), en realidad ya, aunque algo continuidad del otro, un libro mucho más serio y hondo. En verdad Mark Twain, que fue autor de muchas obras (libros de viajes entre ellas), mucho periodismo, empresario -con fuertes pérdidas económicas- y de otros libros más serios y aún filosóficos, como “¿Qué es el hombre?” (1906) o el póstumo y muy singular “El forastero misterioso”, ese hombre se llamó Samuel Langhorne Clemens, pero desde temprano utilizó el pseudónimo que lo hizo célebre. Con los años, y aunque sus conferencias que llenaban salas eran conocidas por su ironía y su humor, ese humor era frecuentemente duro, muy pesimista; y ateo convencido, el viejo Twain se fue cerciorando más cada vez de las desdichas y torpezas de la raza humana, para él casi un error de la naturaleza. Es curioso que dijera cosas tan duras, con un tono aparentemente desinhibido y hasta bienhumorado. Nacido con la llegada a la Tierra del cometa Halley, pronosticó que moriría cuando el cometa volviera, setenta y cuatro años después. Y prácticamente así sucedió, un infarto de miocardio lo mató con 74
años en 1910. Algunos novelistas de la “generación perdida”, Faulkner y Hemingway especialmente, dijeron (valorándolo de nuevo) que Twain era “el padre de la literatura norteamericana”, acaso olvidando los versos de Walt Whitman. Mark Twain es todavía el representante de unos Estados Unidos libres y territorio de la libertad y del hombre que se autoconstruye, lejos de lo que serían los Estados Unidos posteriores, tan explotadores y neocolonialistas y esa “policía del mundo” a la que, pese a los cada vez mayores traspiés, aún no han renunciado del todo.
Renacimiento acaba de publicar, diríamos que un libro nuevo de Mark Twain, “Encuentros y extravíos”, una colección alfabética de aforismos, extraídos de sus obras todas, incluso la correspondencia, meritoria selección y traducción de Javier Recas. El libro sorprenderá por su soltura (Twain creía en una prosa directa y ágil) y por la antedicha mezcla de relativo buen humor y un pesimismo terrible sobre la mala condición del hombre. Véanse algunas muestras: “La Providencia siempre se propone averiguar detrás de lo que andas para asegurarse de que no lo consigues”. “De los demostrablemente sabios no hay más que dos: aquellos que se suicidan y aquellos que mantienen sus facultades razonadoras atrofiadas con la bebida”. “Siempre que veas que te encuentras del lado de la mayoría, es el momento de reformarse, o hacer una pausa y reflexionar.” “Sé bueno y te quedarás solo”. “La compasión es para los vivos, la envidia es para los muertos”. “El hombre fue creado al final de una semana de trabajo cuando Dios estaba cansado”. “Todo hombre es una máquina de sufrimiento y una máquina de felicidad combinadas”. “El éxito es el mejor cultivador de la insolencia que conozco.” “En cuestión de imitación servil, el hombre es siempre superior al mono. El hombre medio carece de
independencia de opinión.” No debiéramos pensar que el tenaz pesimismo de Twain fue fruto de lo amargo de la edad. Existió muy claro desde su juventud, en la época de sus muchos viajes, la edad si acaso lo hizo más rotundo, aunque conservó un pico siempre de vago humor y consoladora ironía. Un libro algo aleccionador y no poco destructor, a menudo con causa. Léanlo a sorbos.
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