Fernando Vallejo, el escritor y los perros.
No hace mucho que al colombiano Fernando Vallejo le han concedido el Premio Rómulo Gallegos, quizá el más prestigioso galardón otorgado en América a novelas – ya publicadas- en lengua española. Vallejo (colombiano, como he dicho, pero afincado en México) ha obtenido el premio por su novela El desbarrancadero, texto duro y rotundo como todos los de Fernando Vallejo, conocido en España, sobre todo, por La Virgen de los Sicarios. Vallejo posee un estilo muy propio, de alta calidad literaria ( a veces acumulativo, obsesivo también en los temas) de base autobiográfica y absoluto pesimismo. (Inevitable, aunque desde otros ángulos, mencionar, acercar en este momento al austriaco Thomas Bernhard). Para Fernando Vallejo el mundo está rotundamente mal hecho, y es cada vez más injusto y menos libre. La raza humana – para él – es en gran medida la causante del mal del mundo ( del estropicio general del mundo) aunque dentro de nuestra raza sean los políticos y los sacripantes de las religiones monoteístas, los que mayor y más pérfida culpa tengan. El peor pecado para Fernando Vallejo: tener hijos, porque así – sobre todo en el Tercer Mundo- se agranda el mal, la desigualdad y la miseria. Lo más limpio y bello para Vallejo: la belleza de los muchachos y la bondad mansa de los animales de compañía.
Su gruesa autobiografía El río del tiempo ( muy brillante a menudo, y un algo caótica en su conjunto) está contada a ratos, a la perra del escritor -de color negro, si no recuerdo mal- a la que habla con tiernas palabras y llama Bruja o Brujita. Sin duda nuestro Fernando Vallejo estaría de acuerdo con el británico que dijo : Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro. Y así, para ser coherente con sus filias y fobias ( un carácter como el de Vallejo sólo puede sentirse vivir y ser en la radicalidad) el escritor ha donado todo el dinero de su importante premio a una sociedad encargada de auxiliar y cuidar a los perros callejeros o abandonados. Ya que ama a los perros, sensatamente, el escritor ha regalado el dinero de su éxito a sus perros queridos. La donación es real, por supuesto, nada de metáfora. Sin embargo, a mi entender, en el amor a los perros hay mucho de tropo, de figura retórica.
Cuando se ama a los perros ( de un modo muy distinto, pero muy similar también, a los gatos) está claro que buscamos la compañía y la fidelidad que no nos dan nuestros semejantes. Pero hay más. Buscamos también en esos semejantes – que el perro sustituye- una casi imposible pureza para lo humano. La pureza meramente animal, que no cuenta con la inteligencia, sino con el instinto. Y que ( por eso) vive y muere en función de ese instinto y sus fidelidades. ¿Puede un hombre tener la docilidad, la furia o la mansedumbre de un perro con su dueño o su enemigo?. Nunca. Porque la inteligencia – incluso mal empleada- nos vuelve críticos. Nuestra mente tamiza lo que admite y lo que rechaza, y así una perfecta relación humana es una relación figuradamente tormentosa, donde uno ha de ser convencido para ceder o para no ceder, y donde rabia o bondad – por ejemplo – son el resultado del amor o del daño, pero nunca simplemente del instinto… Naturalmente es mucho más difícil tener una buena relación con otro ser humano (si pensamos que este vale la pena) que tenerla con un perro. ¿Qué estoy intentando decir?. Pues que aunque el mundo actual resulta francamente sucio, y muchos políticos y obispos son lo menos edificante de la vida, no tengo duda de que quien ama en demasía a los perros o a los gatos ( pero sobre todo a los perros, que son más sumisos) suele tener, junto a un profundo desengaño, rasgos de inmadurez y de egoísmo, lo que para muchos psiquiatras vendría a ser idéntico. El perro no replica ni critica a su dueño. El perro le quiere en cualquier momento y circunstancia, y mientras esté con él -si podemos decirlo así- le otorgará todos sus caprichos. Sin rechistar, y eso ( que nos gusta) es precisamente lo inhumano. El gato, a veces, huye. Por eso se parece más a nosotros mismos…
Aplaudo la coherencia de Fernando Vallejo, suscribo su desdén por el capitalismo salvaje miserable o rico, y me uno a su gusto proteccionista por los animales. Sin duda él quiere que el mundo termine. Y acaso lo haga, si sigue como va. Pero lo propio del hombre es acercarse críticamente a su semejante. Ser como un perro ( más allá de la metáfora de los cínicos) es ser muy escasamente hombre.
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