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EXCÉNTRICOS INGLESES DEL 900

El fin del siglo XIX y comienzos del XX sigue apareciendo como una edad cautivadora, por el apetito de vivir, porque todo se abría o intentaba abrirse y, a la vez, por la evidente crisis de final de una época, que evidenció la 1ª Guerra Mundial, con crueldad excesiva. Es la época que se llamó (en francés, que era la lengua del momento y no el inglés) “la belle époque” pero que hoy -acaso más técnicamente- se prefiere decir “entresiglos”. En España teníamos la pavorosa crisis del 98, con un país que aún luchaba por salir del atraso, la pobreza, y de un siglo XIX todavía mísero. De ahí que un periodista literario como Luis Bonafoux (que vivía medio exilado, cerca de París) titulara uno de sus libros “Clericanalla”.  Azorín y Baroja (véase la nueva colección Baroja y yo, de la editorial Ipso) eran autores rebeldes o excéntricos, como el esteticismo de Valle-Inclán o el mundo bohemio, sueños de arte y mucha miseria, que representó Alejandro Sawa, amigo de Verlaine -que era el gran poeta continental- y amigo de Rubén Darío.  En Inglaterra (que en parte era tan filial de Francia como España o la Italia del pasmoso D’Annunzio, recuperado por Fórcola Ediciones) estaban los prerrafaelitas y la “escuela carnal de la poesía”, que representó sobre todo Algernon Charles Swinburne, del que acaba de salir en Hiperión una estupenda “Antología poética”, hecha y trabajada por el malogrado Adolfo Sarabia. Se habló de los vicios de Swinburne (o de Dante Gabriel Rossetti) como se hablaría de los pecados nefandos de Óscar Wilde-más excéntricos- que se convierte en un mito y en un protomártir de la causa gay.  Pocos sabían -y saben- de un personaje marginal, neurótico, culto y muy peculiar llamado Frederick Rolfe (1860-1913). Rolfe se autotituló algún tiempo Barón Corvo porque, según él una dama de título italiano, la duquesa Sforza-Cesarini, le había otorgado tal título en su ancianidad viuda. Rolfe quiso ser cura y aún siendo inglés fue a Italia, pero lo echaron. No servía. O su mundo no era la Iglesia. Descontento del clero se convierte asimismo en Papa en una de sus más célebres novelas, “Adriano VII” (1904) que aquí editó Valdemar. Ese Adriano VII era Rolfe soñándose Pontífice a sí mismo. Su vida  (es lástima que nadie publique la biografía, como la inicial de 1934, originalísimo libro de A. J. A. Symons “En busca del Barón Corvo”, lo debía volver a reeditar Seix-Barral) es una mezcla de delirios de grandeza,  libros raros de historia o de ficción andrógina, de enorme lacerío -sobre todo en su veneciana etapa final-  y de búsqueda de muchachos guapos y fáciles, como esos gondoleros venecianos, chaperos de ocasión, que aparecen en sus póstumas “Cartas de Venecia”, una correspondencia real, editada muy bien ahora por la minoritaria Amistades Particulares, y que son parte de las cartas reales que un empobrecido y disparatado Corvo, que está escribiendo su obra maestra “El Deseo y la Búsqueda del Todo” (sobre el andrógino), dirige a un hombre de negocios inglés del que casi nada sabemos, Charles M. Fox,quien -diríamos hoy- hacía turismo sexual en Italia, y nuestro empobrecido Rolfe le habla -en parte- de esos muchachos venecianos que son amigos suyos, y que se dejan querer fácilmente… Las “Cartas de Venecia” (vieron la luz en inglés sólo en 1974) presuponen conocer algo del pobre y grandioso Rolfe, pero son una curiosidad notable sobre esos ingleses del 900 que buscaron en el sur de Europa la luz solar y la luz de unos cuerpos homoeróticos vetados. Rolfe murió en Venecia, miserable y soberbio, en 1913. Excéntricos.

Italia es acaso hoy un país en exceso puritano en materia sexual, pero en el 900 fue un paraíso de permisividad, especialmente para la Europa del norte asolada por el victorianismo. Recordemos a los barones alemanes fotógrafos en Taormina: von Gloeden y su primo von Plüschow… Recordemos el Capri de la novela de Norman Douglas “South wind” (1918), creo que nunca traducida al español. O al poeta y esteta francés Jacques d’Adelsward-Fersen, que murió por sobredosis de cocaína en su Villa Lisis y que fue retratado por la novela de Roger Peyrefitte, “El exilado de Capri” (1959), más de una vez traducida a nuestro idioma, primero en Argentina y luego en España. Ingleses a la sombra de Wilde. Pero ¿conocemos a decadentes y excéntricos nuestros como Isaac Muñoz o el marqués de Campo, cuyo “Almas glaucas” republiqué yo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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