EUTANASIA Y MUERTE DIGNA
Quizá no he sido una persona demasiado típica de España ni de mi generación. Me eduqué con religiosos marianistas toda mi adolescencia y hasta culminar el bachillerato. Lo pasé mal muy a menudo, sufrí acoso por parte de compañeros matones (y hablo de alta burguesía) y tocamientos por parte de un par de religiosos, diríamos que tocamientos benignos. Por eso creo que me hicieron más daño, bastante más, mis compañeros –una minoría, frente a la pasividad general- que los curas. Dejé radicalmente de ser católico apenas abandonado el colegio. Esa religión me hizo daño y nunca me ha pedido perdón. Me considero del todo ajeno a sus credos y prácticas. Sirva este preámbulo para decir que si debo mucho daño a aquel colegio horrendo (años 60, franquismo) también es cierto que le debo una buena formación clásica que cultivé en la Universidad y por gusto propio. Como sentí deseos de suicidarme a los 16 años, por el mal de la religión, observé en mi los errores de los curas: El suicida no es un cobarde, sino al contrario (salvo suicidios locos) alguien muy capaz y muy valiente. Y alguien que sabe bien que la genuina libertad –como dijo Aristóteles- es “elegir”, poder elegir, sin obligar a nadie en tu elección, y no como dijo san Agustín: “Obedecer a Dios es libertad”. Eso sólo es válido para un creyente, sólo, y yo no lo soy y no lo era. El suicidio como forma noble de morir lo aprendí de los romanos antiguos y de los japoneses, dos culturas que
admiro. Pero si esas culturas me habituaron al tema (literario) del suicidio, fue luego la vida la que me llevó a reflexionar hondo. La vida y muchos suicidas ilustres. De otro lado, he oído como los católicos rezan a menudo al “Cristo de la buena muerte”. ¿Parecería incorrecto hablar del Cristo de la eutanasia? Pues en su étimo griego, “eutanasia” no significa otra cosa que “buena muerte”. Acaso podríamos acercarlo a la “muerte digna”.
Entiendo que todo enfermo que quiera tiene derecho absoluto a paliar sus sufrimientos al máximo y si lo juzga pertinente a poner fin a su vida con una eutanasia asistida, porque no se trata de la soledad lóbrega de una pensión como el italiano Cesare Pavese. Creo que caminamos (pese al poder, en España, de la Iglesia católica) hacia la normalización de la eutanasia y el extremo en los cuidados paliativos del dolor para todo aquel que lo solicite. Me parece un hecho radicalmente civilizatorio que cada individuo decida hasta dónde quiere llegar con el dolor y la enfermedad. Posiblemente existan tetrapléjicos que ofrezcan sus daños y su vida rota a la Virgen del Socorro. Me parece muy bien. Tienen todo el derecho. Pero deben entender que otros no quieren ofrecer nada a nadie ni destruir la vida de los de alrededor (salvo que sean muy ricos) y lo que desean razonablemente es cesar. “Cesar” como verbo contrario a “ser”. Uno “ha sido” y ahora (en la silla de ruedas, en el estadio terminal de una enfermedad) lo que desea es cesar. Si has reflexionado sobre la muerte, sabrás y se ha dicho frecuentemente, que la cultura contemporánea da insistentemente la espalda al hecho de morir, algo ineluctable, pero se acostumbrará sin dificultad a considerar que la muerte es una parte de la vida, y morir le llegará a parecer (cuando fuere) algo del todo natural. Y aún sin recurrir al
relativo sofisma de Epicuro que decía que la muerte no existe, pues cuando estás vivo no hay muerte y cuando has muerto, ya dejaste la muerte atrás. Por mi parte –y por ello me hice pronto socio de DMD- creo que uno tiene el derecho de que no le alarguen la vida artificialmente (tuve un amigo que lo padeció y aún tardaron más de 24 horas en desenchufarle de la máquina que hacía latir su corazón sin vida, cuando se había ya declarado su muerte clínica, por una masiva hemorragia cerebral) y a que le palien al máximo los dolores que pueda tener. Me parecen actos de elemental civilización. Pero yo voy más lejos, y lo digo con la más senequista tranquilidad del ánimo, creo asimismo que cualquier persona, antes de llegar a esos extremos finales casi siempre desoladores, podría pedir la eutanasia, porque llanamente no cree que sea “vida” la que le espera sometido a esa enfermedad. O incluso porque si ya tiene una edad avanzada y siente no una enfermedad sino los muy frecuentemente frustrantes límites que la vejez impone al ser vivo, puede llegar a decir: He vivido como he querido o podido, pero no deseo vivir con restricciones o impedimentos. He vivido y ahora quiero morir. Me alegro y me resigno gozoso, ¿por qué no? Y quiero que alguien esté a mi lado no sólo para no sufrir sino para dormirme sujetando una mano amiga… ¿No es ello fundamentalmente tierno y poderosamente humano? Algunos hablan mucho del respeto a la vida, pero parece que les dé igual de qué clase de vida se trate. Para mí no es lo mismo una vida vegetal o vegetativa que la vida radicalmente humana, que pide juzgar, sentir, conocer y saber. Por tanto (permítaseme decirlo, respetando las opciones de cada quién) yo no estoy sólo a favor de la eutanasia y de la muerte digna en casos extremos de enfermedades terminales, no. Estoy a favor de la eutanasia siempre que un individuo (hombre o mujer) lo desee y sea capaz de razonarlo. Es posible –seguro- que está posibilidad aterroriza a los
conservadores, quienes nunca han entendido que si con toda seguridad todos tenemos un fuerte impulso vital, algo que nos lleva a querer sobrevivir y a apegarnos a la vida, poseemos también (quizá unos más que otros) ese impulso tanático, esa voluntad de muerte que Freud, como tantas otras cosas, se atrevió a nombrar y a analizar. Uno no debe seguir por las buenas el impulso tanático (que se produce más a menudo de lo que pensamos) pero tampoco está obligado a seguir el impulso vital hasta el fin. Por lo demás si se ha visto a enfermos graves o a agonizantes sabes cuan poderosamente se agota y achica ese afán de vida, a la postre, meramente reflejo. Respeto (como no podría ser menos) la libre opción de cada quien, incluyendo el ofrecimiento del dolor al dios que fuere. Pero pido que se respete por igual la libre opción de quienes no sólo estamos de acuerdo con los máximos cuidados paliativos del dolor y con la eutanasia terminal, sino asimismo con la eutanasia asistida para todas las personas que, razonablemente, crean que su vida, lo que ellos entienden por vida humana, ha llegado a su final. Como yo, seguro que somos muchos quienes no tenemos miedo al morir, a cesar, sino miedo (eso sí) al dolor o a la postración. Defiendo ese derecho, por minoritario que fuese. ¿No es la democracia el gobierno de la mayoría con ineludible respeto a la minoría? Pues eso. El propio Virgilio se pregunta en la “Eneida”: “Usque adeone mori miserum est?” Lo que puede traducirse como “¿Hasta qué punto es triste morir?” Pues cierto es que mucho depende de las circunstancias y a eso vamos. Muchos exégetas han juzgado que la anterior sentencia, puesta en boca de Turno para darse ánimos ante un combate, era en Virgilio una invitación a afrontar con serenidad la muerte, cuando toque. Con convencimiento y serenidad. (Me alegro de que vayamos camino a la eutanasia legal. Para quien la pida. Los que no la quieran, no. Nadie se la va a
imponer. Es un error de la derecha tradicionalista española, pensar que la eutanasia es de izquierdas. Ni de izquierdas ni de derechas. De gente -como yo- que desea controlar su muerte. A mi el actual Gobierno socialcomunista me gusta muy poco. Me dirán de derechas, sin serlo. Pero estoy a favor de la eutanasia asistida. Y del respeto máximo de todos para con todos.)
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