Decadencias
Españoladas e hispanofilia
La editorial Almuzara, en su colección «Noche española», está publicando libros de viajes a nuestro país o que simplemente tratan de España. La idea es buena y está hecha con esmero, pero debemos esperar que no se torne pronto monótona. ¿Por qué? Porque desde el siglo XVII, nuestro país, en una crisis secular, arruinado por las guerras de religión y cerrado a machamartillo por un catolicismo rancio y feroz, se convirtió en una tierra pobre, aislada, atrasada; y del atraso y de su inveterada pobreza, nació la base más sólida de lo que modernamente conocemos como «typical spanish» y que tradicionalmente fue «la españolada». Viajeros que a menudo nos querían (sobre todo franceses, desde el Romanticismo) empezaron a ver en la pobreza y el cerrado, tipismo y color local y dieron lustre a «españoladas» tan notables como «Carmen» de Merimée. Es curioso, muchas veces lo hemos hecho blanco de dicterios, pero Prósper Merimée no los merece. Conocía bien España, hablaba español y era amigo personal de la emperatriz Eugenia de Montijo. Cuando viajaba por aquí, vivía en casas de aristócratas que le ofreían cenas y bailes en sus elegantes salones. Pero Merimée no narró esta pequeña España europea, contó el tipismo de las calles: las gitanas, los niños comidos de liendres, las espantosas posadas, los curas intransigentes. ¿Por qué? Eso sólo él y Gautier lo sabrían…
En general los libros sobre España de extranjeros, hasta tiempos muy recientes, de un modo u otro son españoladas. Sólo se salvan los libros de hispanoamericanos y los de los portugueses, que también sufrían su tipismo. Entre éstos (aunque sea de un brasileño) debemos catalogar Tiempo español de Murilo Mendes (1901-1975). Este poeta, uno de los iniciadores de la vanguardia en Brasil, católico progresista desde 1934, y que vivió mucho tiempo y murió en Europa, dedicó a España –desde Guernica a Barcelona– un libro afilado de poemas que buscan la hondura de lo español, desde los clásicos a los pintores modernos, pasando por muchas ciudades. Con poemas dedicados a casi todos los poetas del 27 y a algún coetáneo (Otero y Celaya) Murilo hace un libro de honduras y de pasión española. Tiempo español se editó en Portugal en 1959 y algunos de sus textos sociales, claramente antifranquistas, le valieron al autor el ser declarado persona non grata por el Régimen, aunque Murilo Méndes volvió. Era un hispanófilo convencido. Sus textos son menos profundos que los Poemas ibéricos del portugués Miguel Torga, pero es raro que sólo ahora se hayan traducido por Pablo del Barco. Murilo Mendes merece el viaje.
Muy notable fue el francés Francis Carco (1886-1958) poeta y novelista de la vida golfa y prostibularia de París, escritor con sello, al que se le llegó a denominar «el rey del callejón oscuro». Almuzara acaba de traducir y editar su libro Primavera de España de 1929. Aunque Carco ve las novedades y el lado moderno visible ya en ciudaddes como Madrid o Barcelona, se engolfa sobre todo en Cádiz y en la Semana Santa de Sevilla (próxima a la Exposición Iberoamericana del 29) y pinta tablaos, cafetines, mucho mundo de noche –que era lo suyo– pero también pobreza y atraso, pese a la naciente modernidad, pese al 27 o al surrealismo, de los que nada dice. Carco asegura que huye del tipismo y del color local (de la españolada) pero no puede. Cierto que hay simpatía y buena escritura en su crónica viajera primaveral, pero la sombra de Merimée o de Pierre Louys era muy larga.
¿Por qué Murilo Mendes ve una españa honda y culta, y Carco apenas sólo un bello y raro país singular, de bailaoras y procesiones? Hemos sido demasiados añosdiferentes por atrasados y pobres. Ahora nos cumple seguir teniendo sello y pluralidad, pero sin miseria ni cerrazón de sacristía. Si no ha muerto, debiéramos matar entre todos a la españolada. Aunque no les disguste a ciertos españoles.
¿Te gustó el artículo?
¿Te gusta la página?