En la muerte de Javier Tomeo (Fabulista kafkiano)
Hacía más de un año que no veía a Javier Tomeo (con quien coincidí en “bolos” y viajes de conferencias) y la verdad es que aquella última vez lo hallé avejentado. Pero lo cierto es que nunca me había preguntado la edad de Tomeo, casi hasta acabar de saber que ha muerto con 80 años. En parte no te preguntabas por su edad porque Tomeo empezó tarde en la literatura “seria” –como decía él- en 1967 con la novela “El cazador” que no parece que tuviera especial éxito. De hecho ese éxito se le resistió –a mi saber y recordar- hasta 1985, cuando publicó “Amado monstruo”. Gordote, con aire de antiguo boxeador bondadoso, cuando conocí a Tomeo (poco después de ese éxito) me dije: este hombre cumple el tópico de aragonés brutote –de apariencia- pero también de alma buena, de tío con buen corazón. Lo ví siempre con excelente cordialidad. En cierto modo, por las facciones rudas, por el aire sólido, por la ternura que vivía al fondo, uno tendía a pensar que el “amado monstruo” era el propio Javier Tomeo.
Una vez me dijo que él no había empezado temprano a escribir literatura “seria” (narrativa, decía que la poesía era para “lujosos”) porque más joven había escrito “de la otra”. ¿Cuál? Pues aquella de quiosco –es pena que haya desaparecido- que yo llegué a conocer en mi adolescencia. Javier Tomeo -licenciado en Criminología, eso sí que lo hace personaje de sí mismo- había escrito “noveluchas” en los años 50 con el pseudónimo de “Frantz Keller”. A este Tomeo lo debieron conocer sólo los amigos muy íntimos. Ya que su éxito –acaso algo menor en los últimos años- vino de esas novelas y cuentos donde los animales hablan pero no como en los fabulistas antiguos (aunque, a veces, hay fábulas) sino como en un posible libro de Kafka. ¿Kafkiano Tomeo? Sí y no. La literatura de Tomeo enseña, muy a menudo, la maldad, la oscuridad del corazón del hombre –recordemos, escribe un criminólogo- pero no hace valer esa maldad más evidente, sino la posibilidad –al menos posibilidad- de la bondad, porque Tomeo (yo al menos siempre tuve esa impresión) era un raro grandón, pero un corazón puro. La maldad vista lo había hecho purificarse y aún, a veces, reírse. No he leído todas sus obras “serias”, pero después de “Amado monstruo” (la primera que leí, quizá como muchos) me quedo con “Cuentos perversos” (2002) y la última que recibí con una cariñosa dedicatoria porque me vinculaba con alguna Grecia, o sea, “Pecados griegos” (2009) que –hasta donde sé- es lo último que ha publicado esta suerte de ogro manso y benigno que nos deja. Aire de tambores de Calanda (aunque era de un lugar de Huesca) y un corazón de cualquier principado utópico donde reinase la bondad en la tierra. Javier Tomeo fue un hombre singular y un escritor distinto. Y “serio”, sin duda.
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