Decadencias
EL GRAN LEOPARDI
Giacomo Taldegardo Leopardi (1798-1837) es uno de los grandes poetas del Romanticismo europeo y personalmente un ser sabio, hondo y tremendamente desdichado, con unos padres raros y aristócratas, el conde Monaldo Leopardi y Adelaide Antici, de antigua familia marquesal. Pese a sus escapadas a Roma, Florencia o Milán, Leopardi vive gran parte de su vida en el pueblo natal, Recanati, en Las Marcas, junto alAdriático, no lejos de San Marino. Un ambiente anticuado y cerrado, pero con una notable biblioteca que convertirá al precoz Giacomo, desde su triste adolescencia, en un hombre enormemente culto. Hasta tal punto que a Leopardi no se le puede entender sólo como espléndido poeta (“El Infinito”) sino como un muy notable pensador en su famoso –cerca de 4000 páginas- “Zibaldone dei pensieri” o sea (con un arcaísmo) “Mezcolanza de pensamientos”, una obra capital que supongo pocos han leído sino en antología… Afectado por múltiples dolencias casi desde la infancia (raquitismo, deformación de la columna vertebral, intermitentes males oculares) la vida de Leopardi, hasta sus años finales en Nápoles, donde fallece con 38 años, y sólo un amigo lo salva de la fosa común, fue una desdicha permanente que generó (o ayudó) a un pensamiento pesimista pero lleno de indagaciones y sensibilidades extremadas y refinadas. Como sabemos desde Luis Cernuda a Antonio Colinas, en la España moderna, Leopardi ha sido leído y aceptado de una nueva manera…
Pero hoy lo traigo por el excelente ensayo de Pietro Citati, “Leopardi”, publicado por Acantilado. Citati es un magnífico biógrafo y exégeta, pero es este uno de sus libros donde va más lejos, pues no es sólo una biografía sino en mucha mayor medida, un análisis muy rico, matizado y pormenorizado del abundante y contradictorio ideario de Leopardi (más allá de Rosseau) sacado de sus poemas y de la selva abundosa del “Zibaldone”: Naturaleza, razón, felicidad, amor, sol, luna, libertad, antiguos, primitivismo… Todo entra en la mente excepcional de Leopardi y en su poesía a la par muy clásica y muy nueva. Dice Citati: “una hipersintaxis basada en violentísimas distorsiones o en la alteración radical del orden oracional.” De ahí sale “El Infinito” o el “Himno a los Patriarcas” pero también ideas de plenitud y desolación: “Los hombres grandes luchan contra lo necesario y odian despiadada y salvajemente a los dioses, al destino, a sí mismos y a la vida.” Porque en medio de tantas plenitudes de sombra y llama, Leopardi quiso siempre morir y descansar: como en el famoso verso final de “El Infinito”: “y me es dulce naufragar en este mar”, el de la infinita quietud más allá de la vida y los astros… Tiene razón Citati (y lo sabe bien porque lo ha hecho y nos lo cuenta) adentrarse en el Leopardi total, incluso buscando el sentido de los poemas, es una fascinante y profunda aventura, entre los sufrimientos de un hombre demasiado inteligente. Leyendo a griegos y latinos en su lengua original y cuanto caía en sus manos, nuevo o viejo, Leopardi constata el raro y absurdo privilegio de estar vivo, destinados al final. Sabe que el futuro es el último rayo de nuestro presente. Pero tampoco quiere este pálido reflejo. Todo debe quedar en niebla, nada, silencio, tiniebla, fin. Un gran libro.
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