Decadencias
El “Giocondo” de Lorca
Las vidas frustradas al inicio dejan siempre un reguero de inquietud. Quizá por ello los griegos dijeron : “A quien los dioses aman, muere joven”. Ambas cosas cuadran a la perfección con el santanderino José de Ciria y Escalante (1903-1924) que pasó como una fúlgura singular por nuestras letras. No llegó a publicar ningún libro en vida, sólo poemas y artículos en revistas que ahora ha recogido por primera vez la editorial Icaria en edición de Juan Antonio González Fuentes y Alberto Santamaría: “José de Ciria y Escalante, prosas y poemas (1919-1924).” Es curioso que este joven que vino a estudiar Letras a Madrid, y que como era de familia rica se hospedaba en el Hotel Palace, sea un nombre infaltable en el recuento de nuestra vanguardia. Con Gerardo Diego, paisano suyo, con Guillermo de Torre, con Juan Larrea, con Isaac del Vando-Villar o Paco Vighi entre otros, Ciria y Escalante se dejó seducir por la novedad ultraista y participó en ella con ahínco, llegando a fundar una revista “Reflector” de la que sólo salió un número a fines de 1920…
Los poemas que dejó aquí o allá (los amigos pagaron una bonita edición de doscientos ejemplares en piel, que los recogía póstumamente, en el otoño de 1924) tienen en su mayoría la gracia y el gusto por el aluvión de imágenes, más o menos inconexas, del ultraismo. No son perfectos, son muy jóvenes u muy de época: “Los peces humoristas/ ensayan en el agua/ pinturas puntillistas.” U otro fragmento: “Zumo de luna en la estancia/ Los poemas aun no nacidos/ gimen/ bajo la lámpara.” Sí hay recuerdos y paráfrasis de Apollinaire y de Gómez de la Serna, porque eran dos padres vanguardistas. Delgado, de aire refinado y fino, el jovencito Ciria y Escalante estuvo en la tertulia de “Pombo” (donde amistó con el pintor y escritor Gutiérrez Solana) y naturalmente visitó a Juan Ramón, que simpatizó con él, y anduvo con otros jóvenes inquietos, entre ellos, Federico García Lorca, quien a su muerte le dedicó un muy buen soneto “En la muerte de José de Ciria y Escalante” que culmina con un endecasílabo que se ha hecho célebre: “delicado Giocondo, amigo mío”. Antes hay versos tan conseguidos como estos: “Un delirio de nardo ceniciento/ invade tu cabeza delicada”.
Los artículos de Ciria (que parece quería especializarse en literatura neoclásica) son pinceladas de crítica teatral o temas varios, como “La tertulia de Pombo” o “Paul Verlaine en España”. Alguien de la época hubiera dicho que los artículos dan mayor muestra de sensatez que los poemas. Pero hoy, unos y otros, dan testimonio de una vocación literaria truncada con apenas 21 años, por el tifus. Y del halo de cordialidad y fineza que este jovencito dejó en cuantos le trataron y que pagaron el librito póstumo: desde Manuel Azaña o Luis Buñuel hasta Guillén, Lorca, Moreno Villa o Pedro Salinas. Estamos ante la nube, cendal de la promesa. Ante una inmaterialidad muy creativa, ante algunos íntimos misterios -Giocondo- y ante versos llenos de novedad de espuma: “Las carreteras vírgenes/ cogidas de las manos/ ofrecen sus vientres desnudos/ a los aeroplanos.” O “De mi sortija penden/ todos los merenderos…” Indudablemente se trataba (al menos tan joven) de ser moderno, absolutamente moderno. El mañana, claro, quedó ciego.
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