Imagen de artículos de LAdeV

Ver todos los artículos


Decadencias

EL DILEMA DE PROUST

Confieso que no había leído nada del pamplonés  Javier Mina (1950) aunque recuerdo que hace poco Savater me recomendó un libro suyo sobre Montaigne que ahora veo citado, “Montaigne y la bola del mundo”. Algo en el tono del título me hace sospechar tono gemelo con este sabio y entretenidísimo “El dilema de Proust o El paseo de los sabios” que acaba de editar  Berenice. Estamos ante una facción del ensayo tan antigua como nueva, lo que se llamó “erudición amena”.  Una cultura en el autor de voluntad enciclopédica  -es vastísimo lo tratado y lo citado- nos hace no sólo comprobar que el saber no ocupa lugar (pese a estos tiempos muy malos para la lírica) sino que el saber sirve a la sabiduría, al conocimiento del hombre –obvio- pero también a la más amena distracción culta. Es como cine plural, por usar un símil imperfecto. Como es fácil suponer el título (“El dilema de Proust”) es sólo una historia inicial, básica, y si puedo decirlo así un banderín de enganche. Ya sabemos que el narrador de “En busca del tiempo perdido” cuando pasea, puede ir “du côté de chez Swann” o por “le côté de Guermantes”. Lo que no es sólo una opción de paseo sino la ida a dos mundos muy diversos que marcarán y titularán la inmensa novela proustiana. Sus modos de vida. Pero es mero aperitivo. Acertará quien tome el más prosaico subtítulo del libro como su tema de verdad: “Un ensayo sobre el paseo en la historia y la literatura universales”. He ahí, diríamos, un proyecto de envergadura, gigantesco, que Mina resuelve con saltos aquí y allí (a través de países y tiempos) todo aderezado de mil citas, alusiones y muy variadas historias y formas de pasear…

Todo el mundo sabe (por ejemplo) que los sabios y filósofos antiguos eran muy dados a pasear dialogando y pensando. Los diálogos de Platón están llenos de paseos, la escuela de Epicuro –aunque se apartaba de la gente común- instaba a sus  discípulos a pasear y de Aristóteles nos cuenta Diógenes Laercio: “Tomó en el Liceo  un sitio para pasear, y paseando allí  hasta la hora de ungirse los atletas, filosofaba con sus discípulos, y de este paseo fue llamado peripatético.” Los peripatéticos o aristotélicos eran, sencillamente, losque paseaban en coloquio. ¿Quién de nosotros –más humildemente- no piensa o idea al pasear, incluso solo? Yo he visto por la calle perdida a Clara Janés, buena amiga, que no me veía por ir enfrascada en la ideación de un poema. La saludé así y la asusté al mismo tiempo.  Mina hace esos saltos y más, de Rousseau a Flaubert, de Georges Perec a Cortázar o Thomas Bernhard que, a su modo, todos escogen en el dilema proustiano. Recuerdo (y veo citada la frase) lo que varias veces le oí a Claudio Rodríguez: “La mayor parte de mis poemas yo los he escrito caminando.” Lo que además era mentalmente exacto. ¿Y Baudelaire y sus paseos erráticos y lúcidos de “flâneur” parisino?  ¿No es la modernidad? ¿O nos quedamos con Benjamin o con Pessoa: “Sentir cuando se mira, pensar cuando se camina”? Este hermoso libro no puede contarse, sólo unos  apuntes. Debe leerse, vivirse…


¿Te gustó el artículo?

¿Te gusta la página?