Decadencias
El caballero de Antequera
José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009) se ha muerto muy poco antes de cumplir cien años. El destino le ha librado de los fastos con que la afición gerontológica de la cultura española le habría colmado declarándole “el mayor poeta del siglo XX” o algo parecido. Así somos de torpes en estas cosas: cuando el escritor está en su “floruit” lo ninguneamos u olvidamos y cuando alcanza la extrema vejez lo coronamos de lauros ya casi inútiles, no sabiendo si premiamos a la Madre Naturaleza pródiga o al premiado en sí recipiendiario de esas prodigalidades… Muñoz Rojas fue un buen poeta en verso y prosa, perteneciente a la llamada “Generación del 36” , que ya había escrito y publicado antes de la guerra, pero que fue después cuando hizo lo más granado y singular de su obra. Un buen poeta, caballero y muy discreto, de ténue signo conservador como algunos de sus compañeros de promoción, con los que ni sobresale ni desmerece: pienso en Leopoldo Panero (padre obviamente) o en Luis Rosales, que fue más lejos. Muñoz Rojas fue un exquisito poeta de signo tradicional, con algunos rasgos anglófilos sacados de sus años como lector en Cambridge, cual sus traducciones de los metafísicos y su pasión por Donne (que estuvo en el saco inglés de Cádiz) y del que conoció y vió sus numerosos libros españoles. Cuando yo empecé en la literatura -1970- de Muñoz Rojas se hablaba poco, no fue en efecto su etapa exterior más fértil, y muchos se referían a él (con el respeto que causa el dinero) como al “poeta banquero”, pues tenía un cargo importante en el Banco Urquijo. Pero siempre volvía a su natal y nutricia Antequera. Vicente Aleixandre le quería mucho y aunque me dijo que últimamente lo veía poco, siempre se carteaban en agosto desde sus veraneos. Muñoz Rojas le dijo a Vicente que algún día titularía esa correspondencia como “La carta de agosto”. Pero hubo más. Yo reconozco que uno de los libros de Muñoz Rojas que prefiero es el de poemas en prosa, “Las cosas del campo”, recuerdos de su caserío o cortijo andaluz, que se editó por vez primera en 1951 pero que iba aumentando en ediciones posteriores (la última en Pre-Textos, 2002). Ese libro refinado y sereno, debe algo a la nostalgia exquisita del “Ocnos” cernudiano, pero por el mismo Muñoz Rojas sabemos que cuando conoció a Cernuda antes de la guerra, si admiraba su poesía, el hombre no le cayó bien y siempre eludió referirse a él. ¿El conservadurismo patricio de Muñoz Rojas? ¿Y por qué no?. Era un poeta templado, de buen gusto, muy conocedor de su oficio y arte, pero pasó por la poesía, caballerosamente bien, sin falsas humildades, pero en una suerte de voluntario segundo plano, que hace justicia al concepto eliotiano –siempre positivo- del “minor poet”, y pensemos que Muñoz Rojas llegó a conocer personalmente y por supuesto a apreciar al también conservador T.S. Eliot. El otro libro que prefiero de Muñoz Rojas son sus “Ensayos anglo-andaluces” (1996) donde tanto nos cuenta de Donne, de Crashaw, de Eliot y del jesuita casi visionario Gerard Manley Hopkins… Con Juan Antonio Muñoz Rojas se va un poeta sencillo y hondo y un caballero a la antigua, que amaba su tierra, sus campos y su lenguaje como hizo Horacio, maestro también en lejanía. El caballero antequerano, tan sin ruido…
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