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EFEBO Y CURA ANTES DE LO GAY

El término “gay” significa alegre, y tiene que ver con nuestras voces arcaicas, “gayo” y  “gaya”. La “gaya ciencia” era en la Edad Media el saber componer poemas de los trovadores. Bien está. Pero ahora gay es lo que es, la palabra que arranca en los finales años 60 -y ya ha triunfado- para retirar el oprobio de voces infamantes como “marica” o “maricón”. Sarasa es ya muy antigua. Pero la actual literatura gay o lésbica viene precedida de otra literatura que acaso “no se atrevía a decir su nombre”, pero que ya buscaba contar lo casi indecible. La Grecia clásica, con todos sus batintines de erastas y muchachos desnudos en los gimnasios, era la gran sombrilla a la que acogerse (por su prestigio) con mayores o menores razones… Esa literatura se abre a fines del XIX, y llega hasta los albores de la 2ª Guerra Mundial. Después volverá -hasta hoy- con otras campanillas y distintos fuegos. Aunque algunos han creído que nosotros no entramos en ese campo, no es verdad. Lo hicimos y no poco. Todo esto me lo ha recordado la reedición -acaso primera- de una muy singular novela del chileno Augusto D’Halmar  (1882-1950) que vivió en Madrid bastantes años y que acá publicó en 1924  -estaba escrita desde 1920- esta singular  “Pasión y muerte del cura Deusto”, que saca la voluntariamente minoritaria editorial Amistades Particulares.

El prólogo dice que es posiblemente la primera novela de claros sentimientos homoeróticos en nuestra lengua, pero ello no es cierto. Es inevitable citar las novelas más que llenas de ambigüedad de nuestro infaltable decadente Antonio de Hoyos y Vinent, que murió en la cárcel en 1940, por anarquista…Pero ¿qué puede sugerir un título de hacia 1913 (publicó mucho) como “El sortilegio de la carne joven”? En 1902 uno de nuestros más raros, el Marqués de Campo, no poco afrancesado, publicó (lo he reeditado yo) uno de nuestros más singulares poemarios modernistas, “Alma glauca”. El homoerotismo no es nada invisible. Pero nadie le puede quitar el trono -autor también de letras de cuplés galantes- a Álvaro Retana que en 1919 saca “Las locas de postín”, una descarada novelita archihomosexual que -siento repetirme- también reedité y prologué en la fenecida editorial Odisea… Ahora sí vendría (1924) “Pasión y muerte del cura Deusto”, seguida muy pronto de “El ángel de Sodoma” (1928) editada asimismo en España, por un escritor nacido en Cuba y que vivió y publicó mucho acá, Alfonso Hernández-Catá.  No siendo en absoluto exhaustivo, queda evidente que hubo entre nosotros y en español, esa literatura que no se atrevía a evidenciarse. Cierto que los finales de los hijos de Sodoma debían ser tristes, una terrible (supongo) concesión a la censura. Álvaro Retana fue quien mejor se la saltaba. El gran Luis Cernuda es, obviamente, otro capítulo posterior aunque no tanto, como Juan Gil-Albert.

El cura Deusto es un sacerdote vasco que llega a la sensual Sevilla, con su severa criada familiar. A la vizcaína el ambiente sevillano no le gusta nada. Pero el señor cura cae prendado de un hermoso muchachito solo (busca protección) y que canta divinamente en el coro de su parroquia barroca.  El muchachillo, medio gitano y muy bello, se llama Pedro Miguel y lo apodan “el Aceitunita”.  Al principio todo son mieles de beldad y sentimos cómo el cura está fascinado por ese efebo al que quiere guiar y ayudar. Pero el chico crece, empieza a darse a la vida de crápula, y parece que pese a tanta cercanía devota, Pedro Miguel no oye las directas palabras de amor del cura, que sufre y arde.  Al final, entre desesperaciones y amoríos, el chico toma un tren hacia Madrid para vivir su vida, mientras que el desesperado Deusto, ya borboteando al final, trata de detenerlo pero cae a las vías desde el tren que arranca, y se mata. Los males de la represión diríamos ahora. Augusto D’Halmar terminó volviendo a Chile donde recibiría, allá, el primer Premio Nacional de Literatura que el país otorgaba. Su obra no es abundante pero sí singular. Y dejó un curioso y sucinto autoepitafio: “No vi nada, sino el mundo;/ nada me pasó, sino la vida.”  El lector ha de educarse en muchas maneras de literatura. Incluso este clásico efebismo, antes de lo gay de ahora…

 


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