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DESPEDIDA A LA FRANCESA: ELEGANCIA Y RAREZA

La elegancia es algo infrecuente y extraño, pero existe, y siempre parece superior a la vida, cuando es elegancia genuina. La elegancia suele estar unida al dinero y a cierta educación esmerada, pero no siempre y sólo al principio. Hay elegantes pobres, decadentes, arruinados, elegantes que nunca tuvieron y elegantes que son -casi parece de rigor- seres bastante aparte. Suponemos que Brummell en su exilio francés, casi sin un penique, fue elegante. Acaso más elegante. La elegancia y la decadencia ayudan y elevan el final común… Los que siguen la moda, los esnobs, los nuevos ricos, los que alardean de fortuna o poder nunca son elegantes. En verdad, la elegancia es básicamente un gesto que no se puede enseñar.

Viene esto muy a cuento de la última novela del canadiense Patrick deWitt (nacido en 1975) que acaba de publicar en español Anagrama. “Despedida a la francesa” -French Exit- que se editó en inglés en 2018. Es una novela ágil y amena, esto importa, que cuenta una rara historia de personajes singulares y raros que -es básico- jamás se extrañan de su rareza. Una mujer que pasa de los 60, Frances Pride (viuda de un hombre rico y suponemos que vulgar con el que, al fin, no se llevó muy bien, Franklin Pride) termina viviendo con su único hijo Malcolm -que pasa de los 30- en un muy elegante apartamento de Manhattan.  Ha heredado una enorme fortuna que la sofisticada, elegante y atrabiliaria Frances y ese hijo cerca y lejos de su madre, han ido gastando y derrochando a lo largo de doce años sin preocuparse en absoluto de nada sino de sus gestos, de su pose, de su actitud atípica y asocial. Frances -que resulta aún atractiva y seductora- seduce por doquier sin dejar de provocar intriga y hasta recelo por su vida irregular. La pareja maternofilial va siempre acompañada de un gato viejo, Pequeño Frank, que es la reencarnación del difunto marido o eso cree ella, por eso el gato (que en algún momento los abandona) es importantísimo. Un día su administrador -secreto admirador de la dama, que lo desdeña- le dice a Frances que está al borde de la ruina. Y ella llega con tranquilidad a la ruina, casi la busca. Vende -lo demás lo ha perdido ya- el lujoso apartamento neoyorquino y (con su hijo, que hace y deshace noviazgos) se va a París, al piso -más sencillo de lo que imagina, aunque en la île Saint-Louis- que le presta otra amiga rica que la admira, Joan, que está al tanto de todo. Frances tampoco lo oculta. Ha vendido todos los objetos, libros y muebles que contenía el apartamento, y con ese dinero en euros, marcha en trasatlántico hacia París, para seguir gastando, de hecho, con cierta firme voluntad de arruinarse. Todo el relato se salpica de múltiples historias secundarias y recuentos del pasado que explican la vida de los protagonistas, en una filosofía de la vida entre el placer, la distinción y el gesto. El apartamento parisino (que inicialmente decepciona a madre e hijo) se termina llenando de un raro grupo de personas, desde una pitonisa a un peculiar detective privado, pasando por la yanqui rica, viuda de un francés, que cocina muy bien, y al final la propia dueña del piso, que echa de menos a su singular amiga. Pasa de todo y se fuma y sobre todo se bebe mucho, siempre con estilo y sin meta. Pero Frances se abre las venas en el baño y da sentido -sin tragedia- a la frase inicial: “Todo lo bueno llega a su fin.” Una novela singular y atractiva y un cúmulo de frivolidades y rarezas que deben guardar -guardan- algún secreto. Un libro que he leído con placer. Un libro de estilo. (En 2020 la novela se llevó al cine, adaptada por el propio autor y dirigida por el canadiense Azael Jacobs. “French exit” cuenta con una brillantísima interpretación en el papel de Frances, de la veterana y bella Michelle Pfeiffer).

 


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