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Cuatro escritores en el exilio inglés

(Este artículo se ha publicado en el número último de la revista “Historia” del grupo de El Mundo.)

Como es bien sabido la mayoría del exilio republicano español, que no sólo se produce al final sino ya durante la propia Guerra Civil (esa “tercera España” que se sentía distante de fascistas y de comunistas o anarquistas, y que en consecuencia dio por perdida “su” guerra, incluso a fines de 1936, cuando se exilia Juan Ramón Jiménez, caso arquetípico) fue a Hispanomérica, especialmente a México y a Argentina, donde fueron bien recibidos, y donde supusieron un muy importante apoyo cultural. Otros menos –por afán de Pablo Neruda- fueron a Chile, caso de la pintora Maruja Mallo y otros a Perú como el muy cosmopolita Corpus Barga. Un exilio menos cultural (pero numericamente importante) se quedó en el sur de Francia, especialmente en Toulouse, pero como parece razonable por motivos históricos y lingüísticos, pocos se exilaron en Gran Bretaña. No obstante entre esos pocos hay cuatro grandes nombres, de los que me quiero ocupar: Arturo Barea, Manuel Chaves Nogales (que murieron y están enterrados en Inglaterra) además de Luis Cernuda –unos años- y del gran amigo de Lorca, Rafael Martínez Nadal, que ya había sido profesor de español en Londres muy poco antes de la Guerra.

Me veía tentado a decir que lo razonable sería comenzar por el caso más trágico y antiguo, olvidando que los exilios siempre son trágicos, salvo cuando las circunstancias cambian (especialmente en el país de origen) y entonces pasan a convertirse en semi-exilios o exilios voluntarios. Entre los nombres que he citado sólo a Rafael Martínez Nadal le cabe ese distingo, pues desde los años de la Transición –llevaba viviendo cuarenta años en Londres- volvió largamente a España y tuvo casa en Madrid, aunque nunca abandonó la inglesa, donde finalmente murió, muy longevo, en 2001.

Sí, quizás el caso más trágico sea el de una muy notable figura de nuestras letras, muchos años preterido u olvidado precisamente por su ausencia, me refiero al escritor y periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944). Chaves pertenecía a una familia de periodistas y fue uno de los mejores de su época, muy a la par de César González-Ruano, con el que coincidió trabajando en Madrid. Porque Chaves Nogales (ya con mujer e hija) se vino de Sevilla a Madrid en 1922, buscando mayor resonancia y altura para su trabajo, puesto que él, además del periodismo tradicional –artículos de ocasión, reportajes o entrevistas- buscaba también el lado más literario que puede tener el periodismo, esto es, el que sin dejar de lado la actualidad inmediata, mete estilo y forma en las palabras,hasta hacerlas brotar en libro que, por supuesto, supera con creces el mero pan caliente del artículo. Tan notoria fue la actividad periodística de Chaves en esa época–viajes al extranjero incluidos, entre ellos la Rusia soviética y la Alemania nazi- que en 1927 tenía ya el premio “Mariano de Cavia”, en ese momento el más prestigioso del periodismo español, y había iniciado ya su carrera de escritor –siempre en temas próximos- como en “La bolchevique enamorada” (1929) o el espléndido reportaje que es –ilustrado y con muchas entrevistas directas- “Lo que ha quedado del Imperio de los Zares” (1931). Es posible que el haber conocido, en directo y de primera mano, tanto la Unión Soviética como la Alemania de Hitler (donde entrevistó a Goebbels, del que sacó la peor impresión) vacunara a Chaves para lo que estaba por ocurrir en España, es decir, como quedó adelantado brevemente, no la lucha caínita de la República liberal que presidía Manuel Azaña, contra los fascistas de distinto signo levantados en armas, sino rápidamente (y eliminada o casi eliminada salvo en sus símbolos y bandera la genuina II República) la lucha despiada y llena de atrocidades en ambos bandos del PCE español, protegido y alentado por Stalin, batiéndose contra los fascistas o nacionalcatólicos ultras, alentados y defendidos por las potencias del Eje, es decir, por Italia y Alemania. Esa lucha encarnizada y salvaje (que fue la real) a Chaves le dolía crudamente porque vió el horror de los primeros meses, sabiendo a la par, que esa lucha no era la suya. Él defendía una República liberal de izquierdas donde debían caber todos, pero no quería totalirarismos de ningún signo, o sea, no era ni fascista, ni cerrado nacionalcatólico, ni comunista ni anarquista. Desde hacía algún tiempo había simpatizado con las ideas de Azaña, precisamente, y por eso llegó a director del periódico “Ahora” de Madrid que fue uno de los principales de toda la etapa republicana, y que estaba cerca de los ideales azañistas… Claro es que en esos años republicanos de muy intensa actividad para Chaves, también había escrito algunos libros notables, tan periodísticos como literarios, que tuvieron notable repercusión  y que ya han sido (tarde) reeditados todos. Hablo de “El maestro Juan Martínez, que estaba allí” (1934) o su incompleta –ya que Belmomte vivió mucho más- biografía del maestro torero que salía de la pobreza, “Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas.” (1935), para muchos un libro excepcional.

Al estallar la guerra, Chaves sigue en su puesto en “Ahora”, en seguida controlado por un comité obrero, y como he dicho es testigo de los diversos horrores que sufrió Madrid, desde los bombardeos terribles a los linchamientos, quedando horrorizado. Aprovechando su condición de periodista, piensa en abandonar el país con su familia, cosa que hará efectiva a comienzos del año 1937. En unas declaraciones ya fuera, Chaves dijo:  “Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea un lujo excesivo”. Tenía razón. Lo hubiera aliviado conocer una carta privada de Manuel Azaña, último presidente de la República, quien en el otoño de 1938 responde a un corresponsal amigo que la pregunta si la República podría todavía ganar la guerra. Responde Azaña: “No creo que eso sea ya posible, pero si llegásemos a ganar, debo advertirle que usted y yo tendríamos que tomar el primer barco que saliera de aquí.” Azaña sabía bien lo que decía (como lo habían sabido otros muchos) la República solo nominalmente existía. Era Rusia luchando contra Hitler y Mussolini, asumidos en la figura gris y cruel de Franco…

En 1937, Manuel Chaves Nogales se instala en París, en el barrio de Montrouge, y sigue trabajando para agencias y revistas que traducen sus textos. Estamos hablando de un gran periodista muy experimentado que escribe, entre otros, para “L’Europe Nouvelle” o “Candide”. También escribe una serie magnífica de relatos sobre lo que vió en España, que se publicarán en Chile  en ese mismo 1937, el título lo dice todo: “A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.” Cuentos basados en la realidad, de una factura impecable. Pero Chaves está viendo también las debilidades y miedos que rodean a la III República francesa, con un gobierno frentepopulista, que no ayudó a la República española. Por eso a él tampoco pudo sorprederle el inicio de la 2ª Guerra Mundial en septiembre de 1939 y la invasión alemana de Francia… Como por republicano Chaves era perseguido por la Gestapo no tiene otro remedio, a comienzos de 1940, que marcharse a Londres, pero como intuye la dureza que tendrá “la batalla de Inglaterra” manda a sus hijas y a su mujer a España, ya que nada hay contra ellas y él se queda solo en Londres.  Sigue dedicado al periodismo y trabaja para “The Atlantic Pacific Press Agency” y da charlas radiófonicas, en español, en la BBC. A la vez escribe el que sería su último libro, al menos édito, sobre la caída de Francia, que se editó en Montevideo en 1941, “La agonía de Francia”. No es dificil imaginar a este hombre íntegro, solo o casi solo, que aguanta en Londres las duras dificultades y castigos de otra guerra… Chaves Nogales muere en Londres, en mayo de 1944, de una peritonitis aguda, y allá está enterrado. Tenía sólo 46 años y debió ver (ojalá nos equivoquemos) pocas esperanzas. Fue un gran escritor y hombre de una pieza…

Arturo Barea (1897-1957) es un caso distinto. Nacido en Badajoz en una familia muy pobre, vino de niño a Madrid y conoció todo tipo de penalidades, siendo su madre lavandera en el Manzanares. Él, con lento afán de superación, pasó por muchos menesteres precarios, como meritorio de banco o aprendiz de comercio, hasta que fue al servicio militar en África, en el Protectorado español de Marruecos, allí estuvo en Ceuta y vivió la dura “Campaña del Rif” con la derrota de Annual, lo que le permitirá hablar luego de Franco o de Millán Astray. Luego volvió a Madrid y se casó con su primera mujer. Barea es un hombre de vocación literaria tardía, acaso porque como autididacta debió aprender poco a poco, y sólo el inicio de la guerra civil (cuyas causas son para él la pobreza y la decadencia de España) desata ese impulso. Luchando a favor de la República, Barea publica en Madrid su primer libro en 1938 –el mismo año en que se iría de una España agónica- “Valor y miedo”, una colección de 20 cuentos sobre la guerra. Para Barea fue decisivo conocer entre los corresponsales extranjeros en Madrid a la que sería su segunda mujer, Ilsa Kulcsar, austríaca y antinazi, con una enorme facilidad para las lenguas. Con ella ( y quizá por ella) se marcha a Londres a fines de 1938. Sabe que la República está perdida. Trabaja en la BBC con charlas para América Latina, y pronto Ilsa y él se van a vivir al campo , cerca de Faringdon (Oxfordshire) donde Arturo comenzará su gran obra sobre la vida española en el siglo XX tomando un claro alter ego como protagonista. Así surgirá esa esplendida trilogía novelesca que es “La forja de un rebelde”, que fue apareciendo en Londres en tomos diversos traducida al inglés por su mujer. De 1941 a 1944 se publica “The forging of a Rebel”  (  muy pronto elogiada por George Orwell) en tres tomos: “La Forja” , “La ruta” y “La llama” El primero habla de su niñez y adolescencia, luchando contra la pobreza, el segundo de sus experiencias militares en Marruecos, y el tercero del estallido de la guerra civil. La primera edición del libro es inglesa y la versión española –el original- sólo vio la luz en Argentina en 1951. Es uno de los libros más importantes (y no ha dejado de imprimirse) sobre la decadencia de España y una guerra espantosa que parecía inevitable… Siempre viviendo en el campo inglés (como decía él “en la paz del country”) Arturo Barea publicó un último libro, “The broken root” –La raíz rota- en 1953, siempre traducido por Ilsa. El original español apareció, de nuevo en Argentina , ese año. Es en cierto modo el sueño de un exilado que regresa y todo lo encuentra distinto. Publicó además dos libritos divulgativos, “Lorca, el poeta y su pueblo” (1944) y “Unamuno” (1955). Siempre la primera edición era la inglesa. Pasamos por alto la idea torticera (que en algún momento se insinuó) de que Ilsa era la verdadera autora, y no sólo la traductora excelente, para recalcar la idea de que “La forja de un rebelde” es una de los grandes libros narrativos sobre la tragedia de España. Sólo comparable (y los otros son posteriores) a “Crónica del alba” de Ramón J. Sender y “El laberinto mágico” de Max Aub. Mario Camus hizo en 1990 una serie televisiva con “La forja…” Curiosamente, a día de hoy, esa serie sigue teniendo el presupuesto más alto de TVE para un producción propia. Barea murió en septiembre de 1957. Tras su muerte su mujer publicó, en 1960, un conjunto de cuentos póstumos, “El centro de la pista”. Ilsa le sobrevivió varios años y cuidó su memoria pero es pena imaginar ahora una tumba sola y perdida en Faringdon…

El caso de Luis Cernuda (1902-1963) es distinto,ya que fue a Inglaterra por cierta casualidad. El exilio inglés –que apenas duró nueve años- le hizo bien al ponerle en estrecho contacto con la cultura anglosajona, pero Inglaterra –o su clima- cansaron a Cernuda, muy amante del sur. Luis Cernuda vivió parte de la guerra en Valencia, donde se desengañó del comunismo (que censuró dos estrofas homosexuales en su elegía a la muerte de Lorca, “A un poeta muerto”) y vió como detenía a amigos suyos, que como él detestaban el fascismo… Quizás por eso –o porque como muchos intuyera la guerra perdida- Rafael Martínez Nadal le ofreció a Cernuda viajar a Londres a dar unas conferencias. Luis pasó por Madrid –principios de 1938- y partió para Londres pensando en volver, pero nunca más lo haría. El carácter demasiado reservado, peculiar e incluso hosco del gran poeta le hizo llevar mal el exilio. Primero trabajó en Oxfordshire atendiendo a los niños españoles sacados de España (de ahí nace su poema “Niño muerto”) y luego va a la Universidad de Glasgow en Escocia –que en plena guerra mundial debió ser un sitio desolador- pasando los veranos en Cambridge, donde reecontró a un viejo conocido, el pintor Gregorio Prieto. Finalmente, en 1945, Cernuda pasa a trabajar en el “Instituto Español” de Londres. Su exilio inglés fue duro, en condiciones duras y en un hombre hipersensible, pero su contacto con la poesía inglesa fundamental para el poeta, desde las lecturas críticas de Eliot hasta el hecho de traducir meticulosamente, en verso, “Troilo y Crésida” de Shakespeare –en 1945- y que se publicó años más tarde en España. Cernuda sólo publicó en Inglaterra la primera edición de las prosas líricas de “Ocnos” (1942) que se ampliarían en sucesivas ediciones. En 1947, Cernuda se va en barco de Inglaterra rumbo a los EEUU, donde su antiguo profesor, Pedro Salinas, le ha ayudado a encontrar un puesto en la Universidad de Mount Holyoke (Massachusetts) donde también daba clase su amiga Concha de Albornoz. El exilio inglés de Cernuda (que suena a amargo, como casi todo en la vida de un poeta alto e idealista) le fue sin embargo muy fecundo intelectualmente. Tampoco Cernuda volvió más a Inglaterra.  En un poema escrito allí, “Impresión de destierro” deja clara su desesperanza respecto de su país perdido: “¿España”?, dijo. “Un nombre./ España ha muerto”. Cernuda nunca dejó de sentirse incompatible con cualquier atisbo del régimen franquista. Murió en México y allí está enterrado. Le gustaba que, alrededor, se oyera su lengua…

Distinto es el caso de Rafael Martínez Nadal (1903-2001). Madrileño, frecuentador de la Residencia de Estudiantes, boxeador aficionado, se hace amigo antes de la Guerra de Lorca (muy estrechamente) y de muchos autores de lo que se ha llamado “Edad de Plata”. En 1934 está ya en Londres como profesor ocasional y aunque va y vuelve a España, poco después del comienzo de la guerra se queda ya en Inglaterra, a cuyo tono y vida cultural se adaptó perfectamente. A partir de 1942 traduce (con Stephen Spender) los poemas de Lorca al inglés. Y resulta una bomba cuando publica los manuscritos del drama surrealista y homosexual “El público” que Lorca le había confiado. Se hace amigo de muchos ingleses como Katheleen Raine, a la que traduce al español, mientras trabaja en la BBC durante la guerra mundial con crónicas antifranquistas bajo el psudónimo de Antonio Torres, mientras trata a Cernuda, a Prieto y a cuantos españoles caían o pasaban por allí. Como dije volvió a España durante la trasición y en adelante pero nunca dejó su casa y su talante británico y allí murió. Martínez Nadal (figura no bien estudiada) actuó como un gran testigo de su época –lo fue- con libros personales sobre Lorca, Cernuda, su papel como Antonio Torres o su suegro el doctor republicano José Castillejos. Trabajó para la BBC y muchos años para el diario “The Observer”. Martínez Nadal (de claro talante optimista) nunca pareció un exilado –tuve buena relación con él- sino un español que tuvo la extraña suerte de sentirse casi británico. A él debemos múltiples historias de lo que vió, aunque se llevó notables secretos a la tumba. Quizá secretos propios que afectaban a los demás…

El exilio español en Gran Bretaña (he señalado las principales muestras) fue corto, pero harto notable. Y apunto que no está dicho todo lo que se podía decir.


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