Decadencias
Crowley y el apocalipsis
Ahora que tan de moda está lo esotérico (a menudo convertido en mero pasatiempo infantil) es extraño que no se haya hecho un buen “biopic” –que desde luego sería caro- sobre uno de los magos más fascinantes de todos los tiempos, el británico Aleister Crowley (1875-1947) que no tuvo reparos en casi nada, entre otras cosas en autodenominarse “La Gran Bestia 666”, símbolo del mal absoluto en el Apocalipsis… Leyendo la minuciosa biografía que hizo de él John Symonds (reeditada y puesta al día por Siruela, pues el autor murió hace sólo un par de años y nunca cesó de modificarla y aumentarla, desde la primera remota edición de 1951) caemos en la cuenta que Crowley –rico por la herencia de sus padres- fue un típico extravagante del “fin de siglo”, un tanto energuménico, ello sí, y fascinado por la idea de crear una nueva religión de corte pagano, que sintetizara todas las grandes tradiciones esotéricas de la historia, desde el antiguo Egipto, pasando por Príapo, Pan y Eleusis, hasta llegar a la “Golden Dawn”, teñida de rosacrucismo, en la cual anduvo de joven en Londres con el poeta Yeats. Crowley buscaba lo oculto y todas sus parafernalias con una personalidad evidentemente megalomaníaca, y una notable energía física. Fue montañero desde joven y en alguno de sus viajes a Oriente (la aventura le tentaba casi igual que la magia) fue uno de los primeros europeos que intentó la ascensión al entonces nunca coronado K2, aunque se quedó a la mitad. Quería, además, que con él fueran el escándalo, la poesía (escribió mucha) y la divinidad: Probó toda clase de drogas para alcanzar estados especiales de conciencia y escribió de ello. Según sus escritos habló y convocó muchas veces a numerosos diablos es especial a su Ángel de la Guarda, Aiwass, que le habría dictado el “Liber Legis” o Libro de la ley, cuya máxima norma de libertad y autorrealización era el lema que Rabelais puso a la mítica abadía de Thelema: “Haz lo que quieras”. Inspirado por el Tantra, pero también por el exotismo orientalizante, Crowley escribió poemas pornográficos (según él dotados de una finalidad mística) y se dio a practicar el sexo, como ritual, tanto con mujeres –tuvo varias- como con hombres, pues otro de sus ideales era el andrógino, como eliminación de los contrarios… Este hombre desmesurado y pagano –pero menos malo, si más truhán de lo que pretendía demostrar- se llamó a sí mismo “Vagabundo de la Desolación”, pero también se disfrazó de gran señor persa o de príncipe ruso. Su capacidad de seducción (e incluso de dar miedo, con tanto ceremonial tenebrista) le rodearon de curiosidad y de misterio. Pessoa tradujo algunos de sus poemas al portugués (sobre todo el “Himno a Pan”) y le invitó a visitarlo, pero cuando Crowley llegó y fue con su anfitrión a la llamada “Boca do Inferno” (una gruta marina) en Cascais, el gran Baphomet –otro de sus títulos- en una de las suyas, desapareció dejando al pobre Pessoa turbado, dando cuentas a la prensa. Sin embargo el desaparecido Crowley, reapareció un mes después en París, bebiendo champán ante los periodistas. Era en 1925. Expulsado de la Italia fascista, considerado por algún ingenuo “el hombre más malo del mundo”, Crowley murió viejo y triste porque su mundo había pasado. Pero aunque no cesó de hacer teatro (ahí están las fotos) tampoco cesó de creer que el mundo precisaba una gran revolución moral de los antiguos dioses contra el cristianismo. La contracultura de los 70 lo rescató. Nostalgia de libertad y más que un personaje.
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