Crowley, el más perverso del mundo
Aunque en España fue conocido tarde ( como tantas cosas) el inglés Edward Alexander Crowley, que siempre firmó Aleister Crowley, fue uno de los personajes más singulares y enigmáticos de la primera mitad del siglo XX. Nacido en 1875, sus inicios están claramente unidos e impregnados del aire fin de siècle: Decadente, exquisito, teosofista, Crowley (poeta nada desdeñable) entró en 1898 a la más famosa sociedad secreta de la época, refinada al mismo tiempo que oculta, y que partía de un motivo espiritual de claro origen romántico: La sociedad del Orden y del Bien – lo que se nos vende como tal – debe ser cambiada por otra sociedad más libre y con otros más amplios presupuestos morales, de ahí que su lema Demon est Deus inversus ( el Demonio es Dios al revés) no deba tomarse como satanismo de corte medieval ( aunque Crowley, a lo largo de su vida, llegaría a ser tenido por satanista, entre otras muchas cosas malas) sino más bien por una distinta opción vital y moral. Entre los miembros de esa sociedad – llamada Golden Dawn, la Aurora Dorada – estaba el poeta angloirlandés W.B.Yeats, que llegaría a ser Premio Nobel.
Pero Aleister ( forma celta de Alexander) nunca se conformó con nada. Siempre quiso ir más allá, y dedicó su vida – en verdad frenética, activísima – al estudio de todos los heterodoxos caminos de la espiritualidad, desde el yoga a la magia negra, pasando por la literatura, el erotismo y la experimentación con drogas, todo como modos de llegar a superiores niveles de conciencia. Contó – en su curiosísima Autobiografía– que en 1904, en El Cairo, se le presentó un espíritu llamado Aiwass, que dijo ser algo así como su ángel de la guarda, pero identificándose con el antiguo dios egipcio Horus. Estudioso de la gnosis y de la cábala, Crowley tuvo muchas mujeres – legales y ocasionales -y algunos amantes masculinos. Todo debía ser probado y su famoso y breve Libro de la Ley ( de cierta inspiración nietzscheana) empieza diciendo: Haz lo que quieras. Si bien Crowley interpretaba tan anchuroso dictum, en el sentido de que cada ser humano debe hallar – y seguir – su propio camino. Escribe más adelante: Cada hombre y cada mujer es una estrella.
Viajero por todo el mundo – incluido el Himalaya- famoso por su potencia sexual ( lo que atrajo a no pocas mujeres) y por sus excesos generosos, fundó en Cefalú – en Sicilia – un monasterio supuestamente inspirado en Rebelais, la Abadía de Thelema, cuyo lema sería el recién citado Haz lo que quieras. Los supuestos escándalos que no cesaban de producirse allí movieron a las autoridades fascistas italianas a clausurarlo en 1923. La prensa mundial ( otra vez) atribuyó a Crowley los títulos que más le gustaban y que él mismo usaba encantado: Mega Therion, la Gran Bestia, o la Bestia 666 del Apocalipsis. Otros periodistas menos iluminados lo llamaron, simplemente, el hombre más malo o más perverso del mundo, por lo que decía y publicaba, aunque nunca le pudieron probar ningún delito.
Escribió poemas, relatos, y libros varios como el tratado místico-pornográfico, El jardín perfumado y una novela de fondo biográfico ( casi todo en Crowley pretende ese fondo biográfico) titulada: Diario de un amigo de las drogas. Crowley mantuvo correspondencia con Fernando Pessoa ( entre sus múltiples facetas, amigo del ocultismo) y llegó a ir a verlo a Lisboa, pero de manera harto teatral, desapareció en unas grutas costeras cercanas a Cascáis no casualmente denominadas Boca do Inferno. Aleister Crowley ( su foto más clásica lo presenta con el cráneo rasurado y la mirada voluntariamente profunda) murió en 1947, cuando muchos creían que el tiempo de los magos y de los extravagantes había pasado para siempre. Sin embargo los estudiantes californianos lo descubrieron en los días dorados de Berkeley – en los 60 – y Crowley fue uno de los santones, siempre heterodoxos, de la contracultura. Hay una magnífica biografía suya, La Gran Bestia de John Symonds, que Siruela publicó en español en 1991. Modelo de un ser que se quiso plural, anticonvencional y diferente, Crowley – además de ser él mismo una fascinante novela de aventuras – no deja de inquietarnos y seducirnos mostrándonos, al menos, qué pobre y romo es el tiempo que hoy vivimos.
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