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Decadencias

Contra la corrección política

José María Álvarez (Cartagena,1942) fue uno de los “novísimos” de Castellet. Aunque luego hubo más “novísmos” y a veces mejores, los de Castellet abrieron brecha, pero la mayoría se fueron apagando o disgregando en menesteres no poéticos. Entre los que aún hoy destacan como poetas renovados y firmes, Gimferrer, Carnero y sobre todo José María Álvarez, que es el que se ha renovado -y mejorado- con más calidad y audacia. Sus tres últimos libros lo demuestran limpiamente, y el último “Los obscuros leopardos de la luna” (Renacimiento) lo certifica de sobra. Es un libro directo y estetizante, decadente y lleno de protesta, justiciero y elitista -porque se impone un nuevo elitismo cultural-, lleno de belleza hasta la exquisitez y lleno de ira y desobediencia contra la chatura gris, la ramplonería, la idiocia sin cultura del mundo contemporáneo. Álvarez (teatralmente, sin duda) adopta los aires señoriales de un capitán Nemo que observa hundise todo mientras oye a Mozart o relee las “Vidas paralelas” de Plutarco. Libro saturado de culturalismo y de vitalismo (porque para el hombre culto la cultura es vida) el autor presiente el final de una época y se despide de lo que fue bueno y de la libertad individual que ya casi nadie comprende, como un emperador esperando a los bárbaros…

No extrañará así que un poema que luego alude al césar Vitelio se titule “Expresa su condena de todos los actuales gobernantes del mundo, con especial desprecio por los españoles”. Evoca la rebeldía de Rimbaud contra todos, pero también el esplendor agónico del genial Pound en el final de Venecia.  Celebra el exilio en París de Joseph Roth (el gran novelista de “La marcha Radetzky”) y festejando la sana, culta y directa poesía de la “Antología Palatina” (Meleagro, Estratón, Pablo el Silenciario) rememora, antes del fin, el esplendor de mil cuerpos deseados u obtenidos en un impresionante elogio de la sexualidad y la promiscuidad, desde las vampiresas adorables , hasta las lolitas, pasando por un momento de pasión sexual viendo desfilar una procesión en la Semana Santa de Sevilla (“En el puente de Triana”) y, por supuesto, siempre junto al lenguaje más directo, el refinamiento absoluto del sueño que el título sugiere (“Los obscuros leopardos de la luna”) u otras metáforas de similar buril: “qué esmeraldas en las orillas de los mares de la muerte”. Porque el poeta se sabe final y hubiera firmado con Verlaine aquel famoso verso: “Yo soy el Imperio al fin de la decadencia.”. Nos gobierna el caos y la tiranía ( más o menos camuflada) o las directrices de una plebe a la que la incultura ha embrutecido, por eso grita -con Rimbaud- “Gentuza. Cómo os gusta/ obedecer, ser como los demás.” Pero el arte, la cultura y la belleza (carnal también) salvan, por lo que no se deja de añorar, aunque cada día parezca más remoto, un reino futuro de libertad y delicia, haciendo bueno el jardín de Epicuro.

Este libro sorprenderá a muchos lectores: por su calidad, por su preciosismo, por sus éxtasis culturales y  la nítida limpieza de su heterodoxia y su rebeldía. Una cita, sacada del “Gatopardo” del príncipe de Lampedusa, resume este deslumbrante e inconforme conjunto: “La sala de ballo era tutta oro”. Todo de oro, sí. Rebelde, alquímico.


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