Decadencias
Con Lorca en la República
Carlos Morla Lynch (1885-1969) fue un diplomático chileno, que tras una etapa en París, donde también entró en contacto con los medios culturales –Cocteau fue siempre su amigo- cayó en Madrid como agregado cultural de su embajada en los últimos tiempos de la Monarquía (1929) y aquí vivió los avatares de la República (esperanzada siempre, pese a todo) y los terribles inicios de la guerra civil. Ahí termina su diario al menos, en septiembre de 1936, pero sabemos que él se quedó en Madrid para ayudar a los refugiados en su embajada –de ambos bandos, aunque simpatizara más con los republicanos- hasta 1939. Tanto amó Morla Lynch a España que al jubilarse de su vida diplomática en Chile, se vino a vivir a Madrid y aquí murió y aquí está enterrado. Hombre refinado, liberal en todo, amigo de la cultura y de las artes (aún no siendo creador él mismo) Carlos Morla perteneció a esa singular clase de personajes –he conocido a varios, él cita a Rafael Martínez Nadal, puedo añadir a Emilio Sanz de Soto- que son ante todo “testigos de su tiempo”, y que contándolo se realizan…
Morla trabó muy íntima y cercana amistad con Federico García Lorca (a quien conoció al borde del viaje de este a Nueva York en 1929) y a su lado y al de sus amigos vivió los convulsos y fecundísimos años republicanos. Basándose en el diario que llevó en esa época (y sin perder la estructura diarística) Carlos Morla Lynch publicó en Madrid y en 1957, “En España con Federico García Lorca”, uno de los libros más vitales y amenos que se han hecho sobre el período. Ahora lo ha recuperado en hermosa edición Renacimiento de Sevilla, con un prólogo curioso sobre las “Relaciones literarias entre Chile y España” y sobre todo restituyendo al libro los muchos cortes que le inflingió la censura franquista, con lo que bien podemos decir que esta es la primera edición cabal de “En España con Federico García Lorca”, fragmentos de vida rescatados del tiempo sin perder un ápice de su vitalidad asombrosa, pues Morla Lynch (con su mujer Bebé) fue un gran vitalista.
El fondo es, claro está, el continuo enmarañamiento político de esos años llenos de incomprensión y odios cainitas. Pero delante está la vida activa y ciclotímica de Federico (muy popular ya en ese tiempo) y su muerte terrible. Está la vitalidad asombrosa de una cultura: Altolaguirre, Neruda, Cernuda –con sus “mariposas negras” y su amante Serafín-, Unamuno (encontrado en Salamanca), Neruda que se enamoró de la Generación del 27 como parte propia, Rosa Chacel, Ortega –que impone a Morla- D’Ors, Alberti, Maruja Mallo… Un pedazo de vida cuyo eje es un Lorca vivísimo y activo, que dice “tremendo”, ante todo lo que le asombra y seduce. Un Lorca genial, íntimo y cotidiano como nunca. Claro que hay también muchos nombres que al lector no especialista le dirán menos (Rafael Martínez –al que nunca pone su segundo apellido, Nadal. El capitán Iglesias, notorio aviador republicano o el crítico musical Adolfo Salazar) curiosamente todos homosexuales, tema nunca explícito pero que al conocedor no le pasará desadvertido en unas páginas cuyo principal protagonista lo era…El libro (grande) se lee de un tirón con su apéndice de cartas (Lorca, Neruda, Cocteau) y de fotos. El libro de un mundo que fue y no pudo ser, y que nos deja cada vez más la angustia de lo que vendría. Cena en casa de los Morla cuando asesinan al diputado derechista Calvo Sotelo. Consternación general, condena natural también de los contrarios. Y esta terrible frase de Morla, que jamás entenderá tampoco el asesinato de Federico, duende y niño: “Sensación de que el mundo se viene abajo en España”. Imprescindible.
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