Decadencias
Colette, modernísima
Las últimas fotos de Sidonie Colette (1873-1954) muestran a una anciana de pelo revuelto y rodeada de gatos, que a causa de la artritis apenas salía ya de su apartamento parisino del Palais Royal, donde también tenía otro apartamento su amigo Jean Cocteau, otro defensor de la juventud… Cuando murió, Colette mereció funerales nacionales, quizá por haber sido la primera mujer miembro de la Academia Goncourt. Todos –o casi- estaban de acuerdo en que Colette había sido una adelantada y una gran escritora, pero para no pocos también una mujer de mala fama y una perversa… Colette empezó su carrera literaria haciendo de “negro” de su primer marido, Willy, para el que escribía novelas sobre una jovencita atrevida –“Claudine”- cuyas andanzas continuó la propia Colette tras separarse de Willy. A la par que escribía, Colette actuó en un “music hall” ligera de ropa, se vistió de hombre en otras ocasiones, y se dijo lesbiana con todo desparpajo, aunque sus historias lésbicas (que las hubo) siempre estuvieron por debajo de las masculinas, a poder ser con hombre más jóvenes que ella. Y esa es una de las grandes modernidades de Colette (se ve en “La gata” la novelita de 1933, muy redonda, que acaba de sacar Nortesur) es decir su visión de los chicos jóvenes de actitud un tanto andrógina, delicados y devotos del capricho y de sus mamás, lo que hace de Colette la primera abanderada de los metrosexuales. Tanto el Alain de “La gata” como el Chéri que da nombre a una de las más famosas novelas de Colette (“Chéri” es un chico muy guapo, mantenido por una dama mayor amiga de su madre) son ese tipo de jovencitos que tanto triunfan hoy: delicados, coquetos, sensibles o sensitivos. Alain se casa pero se lleva con el a su gata, que resulta la provocadora de un trío en ruptura… Claro que todo esto no se quedaba tan sólo en el papel, Colette se lió con el hijo de su segundo marido. El chico (que luego resultó un celebrado escritor y pensador en Francia, Bertrand de Jouvenel) tenía 17 años cuando empezó su relación, muy fructífera imaginamos, con la ya célebre escritora, que al igual que su amigo Francis Carco –ambos reeditados últimamente entre nosotros- amaban la vida nocturna y sobre todo a sus habitantes, los malfamados chicas y chicos fáciles, que tienen corazón tierno y esconden rayos de oro entre lo que la sociedad bienpensante (aburrida para Colette, para Carco o para Cocteau) denomina “vicio”. ¡Cuantas pepitas de oro –decían- entre ese supuesto barrizal! Lo raro (podían decir aquellos bienpensantes) es que esta mujer de tan mala fama, escribiera tan bonito y tan bien. Una de sus novelas con punto licencioso, “Mitzou” de 1919 hizo las delicias de Marcel Proust, que lo contó. Aunque quizá donde Colette dejó mayor sabiduría sobre esos mundos disidentes fue en su texto de 1941, “Lo puro y lo impuro”, un libro admirable… Truman Capote (aún muy joven) visitó a la ya casi anciana Colette en 1948. Poco después él –que quedó encantado con la señora- recibió una carta suya que decía: “No se apure, querido amigo, hay algo que ni usted ni yo seremos nunca: maduros”. ¡Sana envidia!
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