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Decadencias

CHUKRI, EL MARGINAL, EL REBELDE

En un Tánger aún vivo y plural (hacia 1993) yo veía a veces a Mohamed Chukri  (1935-2003) en el “Café de París”. Era un hombre de aire agreste, al que muchos tenían por  gran escritor en árabe –aunque “El pan desnudo” aún estaba prohibida en Marruecos- amante de la noche, de los golfos, de los pirados y de las putas, a quienes tenía en alta estima. Eran la gente con la que él -rifeño de nacimiento, hablaba muy bien español- había vivido desde su infancia menesterosa y pobre. Aquel Tánger en el que nos vimos casualmente (y en el que yo todavía lo pasaba muy bien) tanto para Chukri como para Bowles , en esto coincidían, era ya una ciudad decadente. La sombra triste de un pasado procaz y bello. Chukri se solía llevar bien con los españoles (desde la época del Protectorado), le gustaba España, tradujo poetas españoles al árabe y en este tomo final de sus memorias (que ha reeditado Cabaret Voltaire) “Rostros, amores, maldiciones”, cita unos conocidos versos de Lope con algún mínimo error, lo que significa que los cita de memoria…

“Rostros, amores, maldiciones” (1996) no es una memoria al uso. Consiste en una sabrosa mezcla de historias de gente al límite, desde locos , marginados dueños de bares que en algún momento tuvieron relumbrón, a putas de buen corazón como Fátima, Fati, amiga siempre y ocasional amante de Chukri a quien celebra sobre todas (también sobre la belga  Véronique) aunque diga: “Nunca aprendí a amar y no creo que lo consiga”. Cita a Gide:  “Las cosas más bellas son las que inspira la locura  y escribe la razón.” Gente que pierde el rumbo, que se emborracha –como el autor- que maldice o se enrrabieta con la vida, es lo que llena estas páginas de historias silvestres, hirsutas y tiernas, siempre protegidas por la noche y sus oscuros. Pero juzgaríamos mal a Chukri creyéndolo sólo un buen narrador, pues en este tomo (más quizá que en “Tiempo de errores”) aparece un hombre que piensa al narrar y que se deja llevar por el arrastre de un pensamiento que se quiere parejo con esa vida marginal y distinta, pues  nunca buscó otra.  De forma que las historias de daifas y tronados andan cumplidas de lúcidos propósitos: “Una pizca de odio aviva  la circulación sanguínea (…) pero en exceso lo destruye todo.”  O “Es posible que me abrase la locura que desata el júbilo y despierta el desorden de la belleza.” Véronique siente “cariño y admiración” por las putas de los bares  de Tánger.  Mónsef es un tipo raro y afable al que le gustan los cementerios y los muertos. Farid, un alma en pena (un pobre buen hombre) entre Tánger y Larache.  El hotel Bristol, el bar Granada… Muchas personas descarriadas, como el vivir, y la bondad de mujeres como Fati o Magda: “Las amo lejos de mí, y que me amen lejos de ellas (…) que exista entre nosotros esa añoranza que crea el amor, cuando se da.” Todo es terrible, porque la vida es desoladora y tierna y la literatura vale cuando refleja tan duros misterios.  “Tenía un amigo que opinaba que quien no supiese soñar su vida viniese a Tánger.” Desolación y felicidad, como Chukri, ay, en su ciudad perdida…


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