Chéjov, el caballero ruso
Rosamund Bartlett. “Chéjov. Escenas de una vida” Trad. Esther Gómez Parro. Siglo XXI Editores. Madrid, 2007. 436 págs.
Antón Chéjov (1860-1904) pasa a justo título por ser no ya el renovador, sino prácticamente el inventor del relato moderno. De apenas unos apuntes, el autor logra montar un completo argumento que el lector, a la vez, sabe e intuye. La base creativa de ese argumento parcialmente intuido, está en el lirismo. En el uso de la suspensividad poética como parte de la materia narrativa…
Algo de esto hay en la reciente biografía de Chéjov de la eslavista británica Rosamund Burtlett: Ante todo no es una biografía al uso, sino que sin desdeñar ni detalles ni aún menudencias, vemos al personaje Chéjov (con signos de tuberculosis desde sus 24 años, cuando acaba en Moscú la carrera de medicina) envuelto en la atmósfera de los diferentes lugares en los que vivió. Y hemos de saber que el escritor y su familia, cambiaron muchas veces de residencia. Desde la villa natal, Taganrog, al sur, hasta la muerte en un balneario alemán , Badenwailer, pasando por su adorada Moscú, un casi aventurero viaje a Siberia, para escribir sobre el terrible penal de la isla de Sajalín, los inviernos (supuestamente curativos) en Niza o Yalta, y sobre todo sus estancias, siempre fructíferas, en diferentes dachas. Los rusos -dice la autora- son “dacheros”, aman esas casas de campo que no siempre son suntuosos palacios lejanos, ni mucho menos…
A Chéjov (lo vemos también en su teatro, “Tres hermanas” o “El jardín de los cerezos”) le gustaba el invierno ruso, largo y duro, irreal casi, y sobre todo la estepa, que no es árida, sino vegetal pero sobre todo inmensa. En la estepa ve Chéjov el corazón vivo de Rusia, y también esa vieja condición del alma eslava -que tan bien representa- a caballo entre el vitalismo y la melancolía. Ambas notas se dieron en él (y en su obra) y aunque pensemos que en la segunda pudo contar no poco el saberse condenado por la tisis, en sus relatos sentimos su veracidad. Melancolía vital, como expresión del placer de vivir pero asimismo de tantas cosas como se quedan sin hacer o rotas en las vidas humanas: más amor, más justicia, y la constante sensación de un más allá que no entendemos. Chéjov total, sí. Humanísimo y lírico.
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