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Decadencias

Byron y el romanticismo eterno

Hay quien niega a Lord Byron (1788-1824) la soberanía –al menos en triunvirato- de la poesía inglesa romántica, inicio (con la alemana) de la lírica moderna europea. Para estos, Keats y Shelley están muy por encima. Si hablamos de lírica estricta, puede que tengan razón, pese al Byron lírico, que también existe. El lord desorbitado y algo cojo, escribía más bien “verse novels”, algo así como novelas en verso ( véase su “Don Juan”) manera nada en boga en la literatura hodierna. Pero si hablamos del personaje y de su enorme éxito contemporáneo (Byron fue mediático, cuando casi no había “mass media”) entonces la frase de Goethe no ha perdido vigencia: “Byron no es el pasado ni el futuro, sino el ahora”. Y es que esa idea de quemar la vida, viviendo deprisa, a tope, con incandescencia en el minuto que arde a la falena, eso es el mejor Romanticismo entonces y hoy. Rimbaud fue romántico, igual que James Dean o Jim Morrison. De ahí que sea una verdadera pena que el editor Murray (en un rasgo ciertamente pacato) quemara las “Memorias” de Lord Byron, pues sabemos que las escribió y que fueron destruidas. Para verlo de cerca nos queda su vasta correspondencia (Tusquets publicó la selección que hiciera Gil de Biedma, “Débil es la carne”) y ahora Alamut publica sus “Diarios” en edición y con buen prólogo de Lorenzo Luengo. Byron escribió diarios por etapas, desde su vida mundana en Londres hasta el final griego en Cefalonia. Son textos muy directos, con más voluntad (por lo general) de expresión que de literatura. Byron dice que necesita escribir para no volverse loco. Es un aristócrata endeudado y un hombre promiscuo y moderno. Se confiesa con las damas mayores –como Lady Blessington- y burla a las jóvenes como Lady Caroline Lamb o su fugaz esposa Annabella Milbanke, que jamás le perdonaron, y con sus dicharachos (muy de la prensa actual) lograron que abandonara Inglaterra para no volver. Le gustaba la natación, el boxeo (entonces deporte de caballeros) y los muchachitos guapos, para no olvidar sus días universitarios, donde triunfaba el “amor griego”. Fue el primer hombre célebre en hacer dieta: té y bizcochos o bizcochos y agua carbónica. El primero en no dejar que le retrataran después de los 25 años –por eso siempre parece joven- y como buen romántico, quizá ciclotímico, creyó que la vida mejor acababa con la juventud, lo demás sobraba. Quiso morir en la acción (“mejor morir haciendo algo que no haciendo nada”) pero a la postre murió de fiebres palúdicas y de desesperación –los griegos modernos no se parecían a los homéricos- al lado de un paje quinceañero, Lukas, al que dedicó un poema de amor… Libertad absoluta, amor a Napoleón, amor a Bolívar (Byron pensó en ir a Venezuela, aún en guerra contra los españoles) burla del poder, carcajadas sobre lo establecido, simbólico satanismo: el muchacho rebelde de la modernidad nace con Lord Byron. Sólo que este fue dandi y noble, y se permitió despreciar a Keats por “pobre chico”. Murió con 36 años, casi tarde. Pero dejó la frontera: hasta los 36 años se muere joven (por lo pelos) luego… No sea tonto, luego ni cuenta. Céline: “La vejez es lo que sobra de la vida”. Vaya tela.


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