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Decadencias

Bernhard: desdicha y tenacidad

Habrá quién diga que la obra del austríaco Thomas Berdhard (1931-1988) no es ideal para la frivolidad veraniega… Bernhard siempre se reía –y algo más fuerte- de los tontos, legión (junto a los incultos) en el mundo estúpido que vivimos. Como ven, yo sí he leído en agosto –o releido- a Thomas Bernhard, porque es un gran acierto de Anagrama haber publicado en un solo volumen, “Relatos autobiográficos”, los cinco tomos relativamente breves que el propio Berdhard editó por separado entre 1975 y 1982. Esos tomos (traducidos al español aún en vida del autor) son: “El origen”, “El sótano”, “El aliento”, “El frío” y “Un niño”. Quizás el último –en el que vuelve a su niñez anterior- sea el más sencillo y el menos tremendo. No es, evidentemente, que no tengan sentido por separado, contando (con su estilo natural, obsesivo y denso) las infinitas desdichas de su niñez y adolescencia, pero como los tomos siguen en su mayoría una secuencia cronológica, todos juntos, ganan mucho en calidad y fuerza. Nos es que un relato tan estremecedor y sórdido como “El aliento” no tenga en sí vigor y desastre: Un muchacho tuberculoso que recorre hospitales y casas de salud alpinas en medio de los esputos de sangre y el tufo a muerte de los viejos: lo que siente, lo que cree, cómo se desespera y como, a la par, decide que resistirá y que saldrá de esa… Pero evidentemente más se incrementa todo si conocemos (en los otros volúmenes) las desdichas de un chico pobre que vive en Salzburgo, malquerido salvo por un abuelo anarquista y que termina trabajando en una tienda de comestibles del barrio más marginado de la ciudad, donde se siente a gusto, pues sabe ya que “ir en la dirección opuesta” era lo suyo, lo que podría convenirle y realizarlo… No faltará quien se pregunte ¿pudo ser Berdhard tan real y plenamente desdichado hasta la calamidad?. Es seguro que manejó, de algún modo, la autoficción, pero lo que nos muestra es la adolescencia y por tanto la formación de un opositor, de un hombre que no dejará de lanzar pestes sobre la burguesa Austria, cuna del nacionalsocialismo, y que no tendrá excesiva estima (sigue a otros, entre ellos a Montesquieu) por la raza y la condición humana. Thomas Bernhard habla casi de contínuo de sus pensamientos y de su afán suicida, sin embargo no se suicidó ni lo intentó siquiera, sólo pensó en ello como consuelo, igual que algunos estoicos. Pero en Bernhard atrae y arrastra no sólo su desgracia sino su tenaz afán de resistencia. Pocas personas, habiéndolo pasado tan mal, han aceptado el daño y se han dicho: contra todo, pese a todo, sobreviviré. Claro que si los libros unidos arrastran y encandilan, es por la manera singular en que al reflexionar ( sin formar tampoco un bloque impenetrable) el autor adensa la prosa, esto es la reflexión, y nos la sirve en una suerte de embriagante melopea –Bernhard estudió música- voluntariamente reiterativa en algunos momentos, que encandila. El lector (en esta cuidada traducción de Miguel Sáenz) podrá comprobar que algunos de los más notables prosistas de la actualidad han pasado por el maestro Thomas Bernhard, ese hombre iracundo que estaba contra todo , fuera del tibio corazón humilde, y que pudo decir con Rilke: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.”


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