“ARIEL”, UN MENSAJE A LA JUVENTUD
“Ariel” -publicado por primera vez en 1900- fue el libro más famoso de un notable ensayista uruguayo, vinculado con el modernismo: José Enrique Rodó (1871-1917). Con los célebres nombres de “La Tempestad” de Shakespeare, “Ariel” es el discurso de fin de curso que un notable maestro, llamado Próspero, dirige a sus discípulos, hablando de los ideales formativos y humanísticos que se esperan de la juventud, de hecho el libro -de fina prosa buenamente retórica- está dedicado “A la juventud de América”. A esa juventud se le pide que deje de lado el espíritu mercantilista de -por ejemplo EEUU, en este sentido el libro es no poco antiyanqui- para desdeñando a Calibán ir hacia los valores de ese bello espíritu del aire que es Ariel… El libro tuvo mucha fortuna en toda América latina (y en España también) convirtiéndose en un vademécum positivo del modernismo triunfante. Rodó se muestra como un gran enamorado humanista de los valores de la Grecia clásica, a la que alude muchas veces, y siguiendo ese rumbo, piensa que los jóvenes deben aprender a pensar, abrirse sensatamente a la novedad, buscar la armonía y la sabiduría y así ver brillar la lanza de aquella Atenea que presidía la vieja Acrópolis…
Rodó (un hombre de aire poco atildado, nos dicen, que murió solo en un hotel de Palermo, en Sicilia, antes de devenir un gran hombre de Uruguay y de la Hispanidad) creía en la herencia de España que había que superar y renovar, pero dejando a un lado el afán imperialista anglosajón, y buscando un mundo nuevo y mejor -la tarea de la juventud y de Ariel- en los orígenes clásicos y en los países neolatinos, como, además de España, Francia o Italia, no Inglaterra. “El porvenir es en la vida de las sociedades humanas el pensamiento idealizador por excelencia”. Es decir, nuestra América -que había dicho Martí- se debe a las virtudes aladas de Ariel. El libro (ahora reeditado por Renacimiento con prólogo y notas muy buenamente didácticos de Pablo Rocca) tuvo mucho éxito en vida de Rodó -la última edición que él corrigió fue la de 1911- y no ha dejado de ser un referente de la América Latina que construye y eleva su propio espíritu, aunque no faltaron críticas, pues en efecto Rodó, desde el mestizaje emigrante de Argentina y Uruguay, se olvida casi del todo del indigenismo. Cierto que es y era impensable ya una América sin
blancos y negros (que tampoco eran indígenas) pero no se puede olvidar no ya el enorme mestizaje enriquecedor, sino a los amerindios del origen… Con todo en el haber de José Enrique Rodó -además de la belleza de su prosa, en un ensayo rico- está la apuesta por la América Latina de voz propia, hispana y plural, antiyanqui y con todos los ideales clásicos que la imagen y el símbolo de “Ariel” comportan. De facto, uno de los encantos de este libro no grande, es que su apuesta por la cultura, el humanismo, el idealismo y la excelencia (el mundo de Ariel) siguen siendo a día de hoy un desiderátum irrenunciable y más necesario que nunca. “Ariel es la razón y el sentimiento superior”. Eso mismo.
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