Aprendiendo con el gran Quevedo, ahora mismo.
Ante tanto vacío, tanto político huero o loco (nacional o autonómico) ante una Iglesia española vieja y decrépita, ante un pueblo, antaño vivo, y hoy adormilado y en su mayoría necio, me acerco al gran Quevedo, contradictorio y trágico pero vivo, al hombre que amó España y le venció la peor España, me acerco y lo veo solo en su Torre de Juan Abad, y me consuela su tristeza, su grandeza. su sabiduría, su bellísimo idioma. Su final, su sensación de fin de un mundo, parece, ay, la nuestra:
ENSEÑA CÓMO TODAS LAS COSAS AVISAN DE LA MUERTE
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo, ví que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
¿Te gustó el artículo?
¿Te gusta la página?