ÁNGELO NÉSTORE, PURO TRANSGÉNERO
(Este artículo se ha publicado en El Norte de Castilla)
Ángelo Néstore, “Actos impuros”. Hiperión, Madrid, 2017. 61 págs.
Hay que decir enseguida que con su segundo libro y el más poético, este “Actos impuros” (pero el texto está lleno de pureza) el poeta de origen italiano, afincado en Málaga, Ángelo Néstore -1986- demuestra ser un buen poeta, porque fabrica su texto de modo directo y emocional, logrando la intensidad expresiva que toda buena poesía pide, pero va más lejos porque hace entrar en el universo poético el mundo del transgénero y de la identidad sexual, el hombre que se siente mujer sin serlo físicamente, la construcción paterna de la imagen del “hombre macho” y la nostalgia que puede quedar en algunos del papel de la madre… Estos temas forman ya ricos y por qué no decirlo a menudo abstrusos tratados académicos, al menos desde que la post-feminista norteamericana Camille Paglia inauguró estos “estudios de género” allá por 1990 con su libro –traducido al español- “Sexual Personae”. Frente a esos vericuetos académicos (que están logrando la antigua hiperespecialización de los componentes de “Tel Quel”) Ángelo Néstore nos enfrenta a la viveza del poema sugerente y claro: El estupor de la madre ante un hijo que se sueña madre-hombre. Con la madre (o su sugestión) “escondo el pene entre mis piernas”, pero frente al padre que busca al hijo-hombre, “me encojo como una larva”, cuando ese padre ordena: “Sé un hombre”. Entre poemas pues que temen y se deleitan en la dulzura materna, el padre le arroja imágenes de masculinidad sin resquicios, que el poeta asume como gay en su gimnasio: “Me excita el sudor de su barbilla” (…) “Abro la boca debajo de su barbilla, saco la lengua,/como un niño arrodillado en el altar.” En pro de la mujer “siempre abajo” y fascinado y herido por la voluntad dominante del padre (recuerdos de la “Carta al padre” de Kafka), lo más atractivo del libro y digamos que también lo más nuevo y si se quiere lo más atrevido, está en los poemas que evocan la hija imposible –o posible- que el poeta desea tener, primero como hombre que pudiese parir y sino en adopción, entre dos hombres…
En el poema “Una casa más grande” leemos: “Y mientras entrabas dentro de mí,/ mientras entrabas,/ yo pensé en cuál sería/ la habitación de nuestra hija/ y apunté en mi cabeza:/comprar uniforme, lápices, cuadernos.” (…) Luego (otro poema) habla de adopción denegada, o del psicólogo que dice (“El prospecto”) “Usted no puede dar a luz./Ahora. Ni nunca./Hágase a la idea…” Y quien desea se sienta como el mendigo a la puerta de la iglesia y mira a una mujer: “Ella no sabe que en la espalda/ guardo el peso de todas mis hijas imaginadas,/ no sabe que me acompaña un ejército de huérfanas…” El poema discurre con calidad (calidez) y nítida belleza, y uno se dice: ¿Qué es la normalidad? ¿Quién o quienes la construyen e imponen? ¿O no será que lo que es limpio en sí, siendo como es parte de la naturaleza, será ya plenamente normal? “Mancho la tierra con la semilla última de la esperanza”. Y comprendemos que el deseo es bello, que lo humano de abre como flores, y que a la pluralidad que somos seguirá más pluralidad. Y eso sí, que lo “normal” en poesía es el buen poema. Y estos lo son, creciendo.
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