Decadencias
Almodóvar y la raíz
La obra de Pedro Almodóvar ( y es necesario reseñar enseguida su claro talento, porque Pedro se enfada al menor titubeo) tiene dos raíces esenciales y aparentemente contrapuestas. Parte de su magia – contraria – tanto en España como en el exterior, viene del cruce de esas dos tradiciones. De un lado, Almodóvar procede de la más moderna tradición underground, marcada por Waters, Morrisey y la escuela de Warhol. La modernidad como transgresión. Por eso – y desde ahí – los competidores españoles de Pedro hubiesen sido dos directores, que o bien se han quedado en el camino o han ahondado en la vía subterránea: Iván Zulueta ( recuerden la magnífica Arrebato) y Adolfo Arrieta, auténtico rey del margen. Pedro Almodóvar nace de ahí, pero tiene más suerte y otras aspiraciones.
Y desde luego otro lado que los otros mentados desdeñaban porque parecía antimoderno. Almodóvar es, también, ( y de ahí su fulgor) hijo del esperpento, del tremendismo y en último término de la España negra de Regoyos y más tarde de Solana… Y esta dualidad vuelve a verse, más que nítidamente, en La mala educación. Junto a la sutileza de los juegos de personalidad, la obsesión por la obsesión y los diferentes travestismos, el antiguo pueblo español más oscuro: la madre que envía chorizos desde el pueblo a su hijo yonqui, la loca hortera y caricaturesca que interpreta ( bien) Javier Cámara. El mundo de la España de charanga y pandereta – que sigue teniendo sus fans, sus Merimées – aupado o combinado con sutiles refinamientos mentales y una modernidad innegable, no sólo por transgresora. Escribí hace años, que una metáfora de Almodóvar podría ser el afirmar que ha hecho – es una imagen – que los nazarenos de la Semana Santa se metan rayas de coca.
La mala educación vuelve por estos fueros, nunca del todo olvidados. Me temo que esto a Pedro Almodóvar ( que es vanidoso, como cualquier creador que se sabe) debe parecerle una opinión mala. Y no lo es. Pedro Almodóvar está lleno de talento y sobre todo de voz propia. Sus películas son, ante todo – y la última también – un exceso, pero esa es una de sus más ardientes virtudes. Él no es un autor de filigranas y arabescos simbolistas, es un autor caudal, torrencial, ardoroso y ardiente. Su enorme virtud sale de ahí, y también sus defectos. Como sea, volver ( consciente e inconscientemente) a esa España oscura, que tanto detestamos muchos, tampoco es un defecto, sino un carácter singular, hoy – lógicamente – más valorado fuera que dentro. Warholiano y solanesco, entre Pink Narcissus y el folclorismo castúo, si Almodóvar es Almodóvar – eso sí – se debe a un inmenso talento que, afortunadamente para él ( pues tiene siempre asegurada la polémica) es en su base y en su raíz, contradictorio, complementariamente contradictorio.
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