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EL ABATE MARCHENA, REBELDE Y SABIO

Con justicia, se quiere celebrar a este hombre, uno de nuestros más clásicos heterodoxos, que jamás fue “abate” -nada tuvo que ver con el clero- pero que se dejó nombrar así, ocasionalmente. José Marchena y Ruíz de Cueto (1768-1821) fue un ilustrado, un afrancesado (porque de allí, de Francia, venía la libertad) y un hombre tan aventurero como cultivado. Había nacido en Utrera, estudiado en Salamanca, vivió muchos años exiliado en París -donde estuvo en la cárcel y con riesgo de guillotina- y murió en Madrid, adonde había vuelto en el trienio liberal, en la casa de su amigo Juan McCrohon, sin bienes “que poder testar”. Una suerte de sublime desdichado, cuya vida es en verdad -ya lo vio Menéndez Pelayo, que lo detestó y lo quiso- una muy singular novela. Esa veta quiere ser aprovechada -y es una feliz idea- por el tomo que acaba de sacar la Fundación Lara, “Vida y ficciones del Abate Marchena”, con Eva Díaz Pérez, como editora y prologuista  y ocho autores más que  escriben otros tantos relatos de muy diversa estirpe. Me gusta el de Alberto González Troyano, pero acaso la editora debió poner un listón, en general, más alto, pues su prólogo que resume bien la vida y vaivenes de Marchena, resulta acaso lo más atractivo del libro.

Según muchos Marchena era bajito y feo y según otros retratos pasa por un caballero no exento de atildamiento. Sin duda los odios que concitó su imagen de revolucionario y feroz anticlerical (aunque en lo primero se moderó al fin) pudieran tener que ver con su etopeya. Escribió panfletos, ensayos filosóficos, tragedias neoclásicas -como “Polixena”- algún verso y muy notables traducciones, de Rousseau, de Voltaire, de Montesquieu y      -como era un gran latinista- una gran traducción en verso blanco de “De la naturaleza de las cosas” de Lucrecio, el poeta romano afecto a Epicuro. García Calvo la ponderaba mucho.  Como muchos de nuestros afrancesados -que se sentían muy españoles- sirvió al rey Bonaparte, José I, y tuvo que volver al exilio (el segundo) con él, en 1814. Pero recordemos otros “afrancesados”: Goya, Meléndez Valdés o Leandro Fernández de Moratín, todos notables, todos muertos en Francia. Durante mucho tiempo a Marchena se lo dejó de lado, pero antes de sus rescates modernos, que ya existen, lo rescató Menéndez Pelayo al prologar largo sus “Obras literarias” en 1896. Galante, divertido, airado, girondino y siempre lector, Marchena engañó a toda la erudición europea en 1800 con su “Fragmentum Petronii, el supuesto hallazgo de un fragmento de “El Satiricón”. Galdós, Blasco Ibáñez y Juan Goytisolo lo sacaron en algunas novelas. Pero el Abate Marchena -además del rescate académico- vale la gran novela de su tremendo y riesgoso vivir lleno de letras. El ilustrado, el afrancesado, el vividor.


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